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El edificio que representa el ego de Frank Lloyd Wright

Los nenúfares de hormigón del edificio de la Johnson Wax son la metáfora perfecta del ego de los arquitectos

El edificio de los nenúfares de hormigón

El edificio de los nenúfares de hormigón

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Hablar de Frank Lloyd Wright es hablar de una arquitectura formidable, de una concepción absolutamente novedosa del espacio, del material y de la imagen de un edificio. A nivel humano, hablar de Wright también es hablar de ego. Se suele decir que los arquitectos tenemos un problema de ego. Que creemos que sabemos de todo y siempre tenemos razón y somos interdisciplinares y sabemos de música y de literatura y de coches y de fútbol... En definitiva, que somos unos flipaos. Y es verdad. Si un arquitecto de poca monta como es mi caso se cree un referente de la cultura occidental, imaginaos un arquitecto que fue uno de los referentes de la arquitectura occidental.

Habitualmente colocamos la modernidad arquitectónica en Europa a principios del siglo XX, pero lo cierto es que entre la escuela de Chicago, los rascacielos de Nueva York y la figura de Frank Lloyd Wright, se nos olvida que los Estados Unidos también estaban pegando fuerte en esa época. Durante casi seis décadas de carrera, Frank Lloyd Wright fue el autor de algunos de los mejores edificios del siglo XX. Desde la fabulosa Falling Water (la casa de la cascada), hasta el que viene a ser uno de mis edificios preferidos de todos los tiempos: El museo Guggenheim de Nueva York. Además, casi todo el mundo conoce alguna obra de Frank Lloyd Wright porque sus edificios han salido en un buen montón de pelis y series. Así que con esos mimbres, es bastante poco aventurado afirmar que Wright no era precisamente un estandarte de humildad ni moderación.

Estados Unidos contra Europa

Wright siempre consideró a los maestros europeos como arquitectos menores en comparación con él mismo. De hecho, dijo de Ronchamp, la formidable iglesia que Le Corbusier construyó en 1955 al noreste francés, que era "Una tarta agujereada a puñetazos. ¿O debería decir un trozo de queso suizo?". Y ante las críticas que recibió el Guggenheim temiendo que el edificio ensombreciese a las obras de arte del interior, Wright escribió: "Al contrario. El edificio y las pinturas crean una preciosa sinfonía ininterrumpida. Algo que nunca antes se ha visto en el Mundo del Arte".

Edificio de la Johnson Wax

Cuando los inspectores de Wisconsin le advirtieron que la estructura de su proyecto para la Johnson Wax incumplía la normativa, el furioso creador preguntó que quiénes eran ellos para dudar de su arquitectura y que él se pasaba la normativa por el forro... Por el forro de los pilares, de unos preciosos pilares dendriformes.

En cuanto los vieron en el proyecto, alertaron a los inspectores de edificación de Wisconsin, porque no hacían ni puñetero caso a los códigos edificatorios de la época. Eran columnas de con una base de apenas 23 centímetros de diámetro que se iba ensanchando hasta alcanzar 5,5 metros en la parte superior. Decían que tenían forma de seta pero, a la parte superior, Frank Lloyd Wright la denominaba "Water Lily". Nenúfar. Los técnicos ante la esbeltez visiblemente contraintuitiva de los pilares (muchos más estrechos por abajo que por arriba). Así que le dijeron que o los cambiaba o no le daban la licencia de obra.

El ego de Wright también era de hormigón y tenía claro que su diseño no lo cambiaba ni Dios, les propuso un trato: si él les demostraba que sus nenúfares eran capaces de sostener las doce toneladas que pedía la normativa, ellos le permitían construir el edificio. Lo consiguió haciendo una prueba de carga. Es decir, construyendo uno de los soportes a escala 1:1 y cargándolo con sacos terreros hasta llegar a los doce mil kilos de marras. Hay imágenes de la prueba en las que se ve al bueno de Wright departiendo amistosamente con los técnicos estatales sin prestar cuidado a que al lado hay un pilar de hormigón a punto de colapsar.

Aunque no hay documentos fotográficos que lo prueben, la leyenda cuenta que el propio arquitecto se caló su sombrero, cogió una escalera y se subió a lo alto del nenúfar de hormigón, posiblemente para verificar que también soportaba el descomunal peso de sus cojonazos.

Al final, la cosa aguantó casi sesenta toneladas (48 más de las que le pedían) antes de caer bajo la atónita —y lejana— mirada de los inspectores, que seguían sin fiarse del todo. Pero le concedieron la licencia de obra. El edificio de la sede central de la Johnson Wax se terminó en 1939. En 1974 fue incluido en el Registro Nacional de Lugares Históricos y en 1976 se le concedió la categoría de Hito Histórico Nacional, el mayor grado de protección de los USA. Es una obra maestra y uno de los escasos ejemplos en los que un arquitecto puede permitirse el lujo de ser un flipao hinchado de ego. Porque estaba seguro de que tenía razón.

 
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