Darwinismo al revés

La política catalana fue durante años un ejemplo de darwinismo al revés. La incompetencia de Artur Mas, un president mesiánico y vanidoso, paradigma del político que crea problemas nuevos sin solucionar ninguno de los anteriores, fue pronto superada por la de Puigdemont, un chisgarabís con flequillo de beatlemaníaco y complejo de Napoleón. A Puigdemont, a su vez, lo hizo bueno su sucesor, Quim Torra, el rompetechos del independentismo, un señor incapacitado para presidir una comunidad de vecinos.

Con esos antecedentes teníamos motivos para esperarnos lo peor, y a nadie le habría extrañado que, en ese imparable proceso de degradación institucional, la sucesión de Torra hubiera recaído en Doraemon, en un ornitorrinco o directamente en Mario Vaquerizo. Para nuestra sorpresa, acabó correspondiéndole a un hombre tranquilo y sensato como Pere Aragonès, y todos respiramos aliviados.

A Aragonès, que hace unos días dio por finiquitada la legislatura, siempre le agradeceré que en su discurso de investidura expresara su voluntad de ser el presidente de todos los catalanes, incluidos los que nunca le hemos votado ni le votaremos. Una declaración como esa, la clásica mentirijilla sin más valor que el protocolario, habían sido incapaces de hacerla sus tres predecesores, felices ellos de gobernar para una mitad de los catalanes en contra de la otra mitad: así de enrarecido estaba todo.

En fin, el 12 de mayo habrá elecciones en Cataluña y dicen que Puigdemont está pensando en presentarse. No sé si no acabaremos echando de menos al actual president, pequeño, peludo, suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón.