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'El Caso Goldman', el juicio racista que marcó a Francia en los 70 y habla de la sociedad actual

El director Cédric Kahn dirige esta película que recrea uno de los juicios más importantes en Francia que demuestra el antisemitismo y el racismo de la Europa de los setenta con Arieh Worthalter y Arthur Harari

Fotograma de 'El caso Goldman' / CEDIDA

Madrid

Es probable que alguien que no haya estado nunca en un juicio imagine cómo es el proceso pensando en el retrato que el cine de Hollywood ha hecho. El cine de tribunales es casi un género que cuenta con sus tics, estereotipos y con sus propias normas. A veces, se inspira de manera realista en procesos judiciales que fueron televisados y adquirieron fama en todo el mundo, como el de O J Simpson. Un juicio que tiene mucho que ver con el que veinte años antes vivió Pierre Goldman, un judío francés, acusado de terrorismo en los años 60 y 70 que se convirtió en un símbolo antirracista y antifascista.

El director Cédric Khan se adhiere a esta especie de tendencia en el cine francés de meter la cámara en un tribunal para, desde ahí, contar la sociedad entera. Saint Omer y Anatomía de una caída han hecho algo similar, contando las violencias contra las mujeres y las desigualdades y reflexionando sobre el relato de la verdad que se escucha en sede judicial. Eso es precisamente lo que centra El caso Goldman, película que inauguró la Quincena de realizadores de Cannes y que ha sido, junto al filme de Justine Triet, una de las películas francesas del año. Es curioso que uno de sus actores, que interpreta a Georges Kiejman, el abogado defensor, sea Arthur Harari, el guionista y pareja de Triet, que acaba de ganar un Oscar.

El de Goldman se consideró el juicio del siglo, porque en él, como dice el abogado en la película, fue el chivo expiatorio en un momento en que la sociedad francesa ya había olvidado la ocupación y su comportamiento en esos años. La película arranca con una discusión entre el abogado y el cliente, un excepcional e irreconocible Arieh Worthalter, que interpreta a Goldman. "Soy inocente porque soy inocente", llega a decir el protagonista que cuestiona a sus letrados por ser "judíos de sillón". Goldman reconoció haber atracado a mano armada varias farmacias, pero niega ser el responsable de un cuarto atraco en la farmacia del bulevar Richard Lenoir de París en diciembre de 1969, donde hubo dos muertos y dos heridos. Por ello piden cadena perpetua. Los actores reconocían la dificultad de enfrentarse a dos personalidades tan complejas e icónicas.

"El personaje existía y seguía vivo. Lo conocí antes del rodaje. Escuché su voz, su presencia y le hice algunas preguntas sobre su relación con Pierre Goldman", reconocía Harari, que no se considera actor profesional, a pesar de que haya hecho algunos papeles. "En realidad, lo que pasó es que el personaje se acercó a mi y al final lo que hay es una versión de mí en esta película. Es el texto el que hace el 90 por ciento en esta película, donde la palabra es muy importante. En el caso de Worthalter el personaje murió, en extrañas circunstancias, hay incluso a quien apunta a que el GAL pudo estar detrás, pero eso queda fuera de la película. El actor reconocía que tenía miedo de caer en lugares comunes con su interpretación. "El riesgo de caer en estereotipos existe siempre, incluso cuando no interpretas a un personaje real. Hay que confiar en el discurso del cine, en el director, en el guion, en el equipo. Interpretar a alguien que existió es cierto que te hace sentir bastante presión, porque hay una cierta responsabilidad. Yo no lo conocí, no hay imágenes de él, así que había un fantasma detrás que me iba advirtiendo del peligro".

Más que ser una película biográfica, se centra en la palabra. "No me siento muy cómodo con la forma biográfica para contar una historia. Para eso ya está el documental. Se trata de contar la vida de alguien, pero desde un lugar concreto. Sobre Goldman lo que me interesaba eran sus palabras, su discurso, y el mejor lugar para eso era el juicio", contaba el director. Por eso es tan importante en la película el tono de los discursos y dilucidar, a través de ellos, los prejuicios de una justicia que está lejos de ser imparcial. Lo descubrimos en cómo se trata al acusado, pero también a los testigos. Su padre, su pareja de origen guadalupeño, el psicólogo encargado del caso, seis personas que presenciaron el robo, dos comisarios de policía, su antiguo jefe de la guerrilla revolucionaria de Venezuela y el hombre que le dio su coartada. Se suceden los requerimientos, los alegatos orales, el veredicto y las frases de Pierre Golman que escandalizaban al tribunal. "Yo también soy negro", o "Gánster sí, asesino no".

El guion reconstruye la estructura del juicio, basándose, según contaba Khan, en artículos de prensa, y cambiando el orden de los testimonios, insertando algunos elementos exteriores que dinamizan el relato. El espectador vive casi una experiencia inmersiva en la reconstrucción de los hechos, a modo de investigación, y en la tensión que se vivía en esa sala. Es casi como si el espectador formara parte de ese jurado popular, viviendo un intenso debate que va más allá de las pruebas y, por supuesto, de la verdad.

La película nos introduce también en los años setenta. En el espíritu revolucionario de la época, en la creencia, todavía, de las utopías políticas y el inicio de la desilusión de una generación, tras la muerte del Che Guevara. De hecho, entre los asistentes del juicio vemos a los grandes intelectuales de la izquierda francesa, como Simone de Beauvoir o Jean Paul Sarte, que apoyaron a Goldman, un revolucionario y comunista que acabó atracando al capital. Para el director, esa división que muestra el filme persiste en la Francia actual, una izquierda cansada del sistema y dispuesta a todo, y una derecha en guerra contra todo lo que no sea ella misma, incluso contra la intelectualidad. "Ese diálogo con la actualidad tomó forma desde el guion, porque es inevitable somos personas que vivimos en el mundo de hoy. Pero si resuena ese pasado, se debe a que la sociedad francesa no ha cambiado mucho. Creo que hay constantes que se repiten. Durante la ocupación hasta los 70 hubo dos Francias, y hoy todavía vemos esa división, entre una Francia muy radicalmente de izquierdas, una Francia radicalmente de derechas, que se opone a sí misma. Hemos vuelto a entrar en una época donde estos o aquellos extremos se expresan con mucha fuerza", contaba el director.

Para Harari el hecho de que la película se estrene ahora, con un retorno a las luchas comunitarias, después de los chalecos amarillos, de las marchas feministas y las manifestaciones por el medio ambiente, hace que sea más actual. "Me pregunto qué habría pasado con esto si esta película se hubiera rodado hace diez años. Habría tenido interés, pero no sé si habría conectado tanto como lo ha hecho ahora. Creo que se debe a lo que nos está ocurriendo. Parece que en los últimos cuatro o cinco años, ha habido una especie de resurgimiento del conflicto político. Básicamente, nunca desapareció, pero vivíamos en esa ilusión. Con los chalecos amarillos, con el feminismo, con el medio ambiente, creo que hay cuestiones que han vuelto, hay un retorno de ideas comunitarias".

Por otro lado, el filme establece una nueva perspectiva de uno de los episodios más dolorosos de Francia, su antisemitismo. Algo que se vivió con intensidad y dolor durante la ocupación alemana, pero que nunca se fue del todo. El personaje es un niño del holocausto, que vivió el trauma heredado de sus padres y que acaba viviendo un destino trágico. Pero sin duda, una de las cosas más impresionantes de la película es cómo cuida a su personaje, un hombre con una dimensión ética inconcebible en el mundo individualista y cínico de hoy.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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