Peor que una mala racha

Galicia

Pocos espectáculos tan salvajes y ásperos como una mala racha. Cuando es mala de verdad, pavorosa, como la que atraviesa el Gobierno, casi hay que mirarla con una mano delante de los ojos, para no verla demasiado bien. En la vorágine de una suma nefasta de malas noticias nada que no sea el sentimiento de desgracia se mantiene en pie. Crees que dura tanto que no puedes ni recordar si alguna vez viviste buenos tiempos. La racha del Gobierno solo pierde gravedad si piensas en aquel célebre relato de Donald Barthelme en el que los treinta alumnos de una escuela plantan un árbol cada uno, y al poco mueren todos. Eran naranjos. Los niños ni siquiera se ponen triste. Pero a continuación se secan los jardines de la escuela, y después mueren los peces del acuario, y el perrito que una alumna encontró bajo un camión y llevó a la escuela, donde encontró su hogar. La mala suerte se prolonga con el fallecimiento del huérfano coreano que un día la clase adopta a distancia. No puede ir peor la cosa, pero entonces empieza a morir un número desacostumbrado de padres. Hay dos paros cardíacos, dos suicidios, un ahogado, y cuatro que se matan juntos en un accidente de coche. Ah, y un derrame. La misma alta mortalidad afecta a los abuelos de los escolares. En fin: un relato terrible, terrible, al lado del cual ya no parece tan mala la racha del Gobierno. No sería insensato, o no absolutamente, que Sánchez saliese a decir: «Amigos, moral alta. mejor imposible».