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'San Manuel Bueno, mártir', el drama de un hombre privado del don de la fe

Una de las grandes obras de Miguel de Unamuno sobre la religión, el amor y la belleza

'San Manuel Bueno, mártir', el drama de un hombre privado del don de la fe

'San Manuel Bueno, mártir', el drama de un hombre privado del don de la fe

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Miguel de Unamuno nació en Bilbao en 1864 y murió en Salamanca en 1936. Escribió, además de una cantidad ingente de artículos y ensayos, ocho poemarios, estrenó una docena de dramas, y es autor de cinco novelas largas, ocho breves, y un buen puñado de cuentos. Entre los escritores de la generación del 98, probablemente sea el más polifacético. Es el autor de 'Abel Sánchez', 'La tía Tula' y 'Niebla', o de 'Vida de don Quijote y Sancho', y 'Del sentimiento trágico de la vida', entre otras. 'San Manuel Bueno, mártir' se publicó por primera vez en 1931. Es una novela impresionante, redonda, profunda y hermosa que nos habla de las dudas de los líderes o de su cinismo, pero también habla de religión, de amor y de belleza.

'San Manuel Bueno, mártir' probablemente sea la novela más leída de Unamuno, un privilegio que justifica tanto la corta extensión del relato como su redondez. Es una novela tardía (fue escrita en el otoño-invierno de 1930, cuando su autor contaba sesenta y seis años), pero también una novela de decantada madurez. El control de la materia narrativa deriva tanto de la sobria y eficaz administración de los recursos con que es tratada (el punto de vista diferido, el discreto simbolismo de casi todos los elementos que entran en juego, empezando por el de los nombres de los personajes y continuando con el de los escenarios naturales) como del hecho de haber sido destilada de una experiencia personal hondamente vivida y largamente meditada.

En 'San Manuel Bueno, mártir', al drama de un individuo imbuido de sentimiento religioso (de un sentimiento trágico de la vida) y privado, sin embargo, del don de la fe, se superpone aquí el drama de quien se siente destinado a guiar a una comunidad cuyas creencias no comparte pero cuyo bien procura. Las dos situaciones fueron familiares a Unamuno desde muy pronto, y en ambas se debatió apasionadamente a lo largo de su vida. De nuevo en 'San Manuel Bueno, mártir' se cumple una constante en las novelas de Unamuno: un planteamiento que admite una lectura —política, en este caso— de innegable vigencia, tanto más si se considera el contexto histórico en el que fue escrita la novela: los primeros y agitados años de la Segunda República española.

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¿Es legítimo reprimir las propias dudas y escrúpulos en aras de la tranquilidad de la mayoría? ¿Es legítima la condescendencia de quienes, como don Manuel, juzgando que la verdad es «algo terrible», presuponen que la gente sencilla —el pueblo— no puede vivir con ella y se impone por lo tanto hurtársela? ¿Lo es administrar doctrina —ya sea política o religiosa— con el objeto de que actúe como un anestesiante de la conciencia, en lugar de promover su sentido crítico? Sacadas de su contexto religioso y proyectadas en un plano político, estas preguntas no pueden menos que despertar todo tipo de aprensiones, no sólo por el fatalismo que comportan sino porque abren la puerta al cinismo de los líderes, ya se trate de «conductores de pueblos» o «caudillos», ya de «guías espirituales» o, más llanamente, de intelectuales.

En el marco principalmente religioso en que se desarrolla la novela, cabe sugerir que 'San Manuel Bueno, mártir' plantea a su vez, de nuevo muy subliminalmente, pero con aún mayor osadía, una interpretación de Jesús como mesías sin fe, como santo laico, como huérfano de Dios Padre, profeta de una religión de amor y salvación de la que él mismo descreería en su fuero interno. Respaldan esta pretensión indicios tales como la simbología de los nombres o las palabras que Blasillo, repite por las calles, oídas en el sobrecogedor sermón de don Manuel. Es patente la dimensión simbólica del paisaje que rodea al pueblo de Valverde de Lucerna y del lago cercano (uno y otro inspirados en el lago de Sanabria en San Martín de Castañeda, Zamora).

Parecen perder crédito los intentos de reconocer en don Manuel una contra figura del mismo Unamuno. Quizá lo sea en cuanto al tormento que en su conciencia introduce la pérdida de la fe pero no en cuanto a la posición de Unamuno como intelectual, profundamente persuadido en la fecha en que escribió su novela, de que su compromiso supremo lo tenía con la verdad, cualesquiera fueran las consecuencias que ello acarreara.

Este artículo contiene fragmentos del prólogo de Ignacio Echevarría a la edición de Debolsillo, titulada Novelas poco ejemplares.

 
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