Gallego y qué más

Galicia

Hay algo de hobby en explicar que los gallegos son de esta manera o de aquella, incluso de ninguna. Quizás ser gallego consista en que alguien te diga, en especial si no es gallego, cómo sois los gallegos. No tiene nada de descabellado que un gallego desconozca cómo es, y, sobre todo, que le importe un pito, tal vez porque cree que conocerse demasiado bien es inútil y aburridísimo, y porque sabe que a lo largo de la vida se es de muchas formas, a veces opuestas. Así que, para qué matarse. Dicho esto, a quién no le gusta revolcarse en una idea abstracta, y rendirse al indiscreto encanto de las frases que llevan el verbo ser, y sumarse así a la fábrica de clichés en que devienen las conversaciones mundanas. Galicia, después de todo, es un país fructífero e inabarcable, capaz de introducirse en el imaginario común, mezclándose realidad y ficción, hasta que de ahí salga cualquier cosa, que acabará dejando en el aire lo de siempre, que los gallegos son un misterio, y que habitualmente son muy gallegos, cosa que cae dentro de las posibilidades, como cuando el rojo es bastante rojo, o el verde desde luego verde, en lugar de amarillo o magenta. Fuera de eso, lo único cierto es que el gallego puede ser de cualquier manera, y por eso, hoy, cuando voten, puede pasar cualquier cosa. Después de lo cual, nadie nos entenderá, y nosotros seguramente tampoco.