«Así explota un coche eléctrico sostenible y ecológico», dice un tuit compartido más de 600 veces. Bajo el texto, un vídeo muestra un vehículo ardiendo en medio de una calle residencial. El fuego está muy cerca de varios coches aparcados en la calzada y lanza violentas llamaradas y una densa columna de humo: parece muy difícil de extinguir. En realidad, lo que arde es una furgoneta convencional que transportaba bombonas de oxígeno, pero 70.000 usuarios ya han leído la versión falsa. En apenas seis meses, Maldita.es ha verificado cinco vídeos virales que, como este, buscan asociar a los vehículos eléctricos un sentimiento de inseguridad. Pero ¿cuál es el riesgo real de que un coche eléctrico prenda en llamas? ¿Es mayor que en los de diésel o gasolina, que llevamos décadas utilizando? Hay pocos datos disponibles, pero todos apuntan a que la probabilidad de que estalle un coche eléctrico es extremadamente baja, posiblemente menor que la de los coches de combustión. Por otro lado, las baterías de los coches eléctricos sí pueden arder espontáneamente en algunas situaciones y, una vez incendiadas, son más difíciles de extinguir. La comunidad científica está estudiando cómo prevenir y actuar ante este tipo de incendios, pero mientras sus conclusiones no lleguen a los ciudadanos y a los servicios de emergencia, la desinformación seguirá campando a sus anchas. En la mayor parte del mundo no es común ver coches eléctricos en circulación, pero la imagen empieza a ser cada vez más familiar. Aunque los eléctricos y los híbridos enchufables apenas representan el 2% de los turismos en todo el mundo, las ventas crecen anualmente y ya suponen el 14% del total, según datos de la Agencia Internacional de la Energía en 2022. Este despliegue es más acelerado en el norte de Europa, especialmente en Noruega, donde la electricidad impulsa a casi uno de cada tres turismos y supone el 88% de las ventas. A Noruega le siguen Islandia y Suecia. En el otro extremo de la lista, en España solo el 1% de los coches son híbridos o eléctricos, pero en el resto de Europa la nueva realidad se abre paso. A medida que estos números aumentan, crece también la atención pública sobre esta nueva tecnología y con ella los debates sobre su seguridad en redes sociales, medios de comunicación y conversaciones de a pie. Es en este punto de inflexión en que la población adopta esta y otras formas de movilidad eléctrica cuando se hace imprescindible el acceso a la información. El proyecto EV FireSafe, impulsado por el Gobierno australiano, intenta reducir la alarma sobre los incendios en las baterías de los turismos eléctricos y formar al personal de emergencia. Según su registro de casos verificados, solo un 0,0012% de los coches eléctricos entre 2010 y 2020 sufrieron un incendio que afectó a su batería. Además, no todos ellos comenzaron en las baterías: una parte fueron provocados, consecuencia de un choque o externos al vehículo. La propia web avisa de que la suya es una investigación “no exhaustiva” elaborada a partir de casos encontrados online y contrastados con distintas fuentes. Pero, pese a la escasez de cifras, los resultados indican que el riesgo de incendio es mínimo. Un informe del Gobierno sueco sobre 2022 dice que ese año en el país se incendiaron 23 turismos híbridos o eléctricos de un total de 610.000, lo que resulta en otro bajísimo porcentaje del 0,004%. Así ocurre también al consultar las cifras disponibles en Estados Unidos o Corea del Sur. «Hay una sobreexposición de los casos de incendios de coches eléctricos en redes sociales y medios de comunicación. De eso no hay duda», comenta Jorge Varela Barreras, experto en baterías y movilidad eléctrica, profesor en el Imperial College de Londres y la Universidad María Zambrano e investigador en el Centro Tecnológico de la Automoción de Galicia. Pero el informe sueco añade otro dato relevante. Frente al 0,004% de incendios en híbridos o eléctricos, el ratio de coches de gasolina o diésel incendiados ese mismo año fue del 0,08%, que aunque también reducido, es un porcentaje 20 veces mayor. No obstante, este último dato también incluye los incendios provocados, por lo que la comparación no es del todo exacta. Varela recuerda que para hacer una comparación justa hay que esperar a que haya «más eléctricos en la carretera y con una edad media mayor», pues en los eléctricos es de unos 4 o 5 años, mientras que en los de combustión está entre 13 y 15. Elena Funk, ingeniera de seguridad contra incendios del Instituto Danés de Tecnología contra Incendios y Seguridad, coincide con Varela: aún no hay una respuesta clara en términos comparativos «debido a las pocas cifras y al impacto desconocido del envejecimiento». Conducir una máquina que pesa cientos de kilos, sea cual sea su forma de propulsión, requiere cautela. En todos los coches puede haber choques, vuelcos, atrapamientos, atropellos e incendios. Aunque los datos por ahora apunten a que el riesgo de incendio es muy pequeño, la comunidad científica está analizando el comportamiento del fuego en las baterías. «Siempre que se introduce una nueva tecnología en el mercado hay una curva de aprendizaje para todos», recuerda Elena Funk. El fallo de seguridad más grave que puede sufrir una batería de ion de litio como las de los coches eléctricos es un fenómeno llamado thermal runaway o embalamiento térmico, que puede ocurrir por un mal uso de la batería o por un defecto de fábrica. Según este estudio de 2020, consiste en que la temperatura de una celda de la batería aumenta de forma rápida e incontrolada, con varios efectos posibles: emitir humos tóxicos, desencadenar un incendio en el resto de las celdas o producir una explosión. Una vez incendiada la batería, es más difícil apagar el fuego que en un coche convencional y hay mayor probabilidad de reignición, es decir, de que el incendio se reinicie solo, resume Jorge Varela. Un estudio de 2024 ofrece más detalles: «Tienen alta intensidad de llama, rápida propagación y potencial de explosiones. Además, el material del electrodo de la batería de iones de litio puede generar oxígeno a altas temperaturas, lo que aumenta la dificultad de extinción y el riesgo de reignición». Funk dice que para calcular un riesgo la probabilidad de que algo ocurra es tan importante como «su consecuencia». Por ejemplo, si el coche eléctrico está situado junto a otros objetos inflamables, el peligro es mayor, aunque esto ocurre con las explosiones en cualquier tipo de coche, recuerda. Ya se está estudiando cómo se comporta el fuego cuando un eléctrico está rodeado de coches de combustión, como ocurre hoy en día, y rodeado de otros eléctricos, como puede pasar en un futuro cercano. También se analiza qué puede ocurrir en espacios cerrados, como garajes o bodegas de barcos, y sobre todo cuáles son los mejores métodos para prevenir y extinguir esos incendios. Hoy en día, la mayoría de los incidentes se producen con vehículos de combustión, «incluidos los grandes incendios de aparcamientos», explica la ingeniera en extinción de incendios. Una batería en llamas «puede gestionarse si hay conocimiento, el problema es que existe mucha desinformación, tanto en el público en general como en los conductores e incluso en los propios servicios de emergencia, que necesitan más formación específica», concluye Jorge Varela. Por eso el proyecto australiano EV FireSafe tiene también un apartado para responder a las preguntas más comunes sobre los incendios en baterías. Allí explican que el incendio avisa: el propio coche nos mostraría una alerta, veríamos nubes de vapor claras y oscuras o escucharíamos ruidos como chasquidos o silbidos. De hecho, en los casos analizados, todos los pasajeros que tras un choque no estaban heridos pudieron salir del vehículo eléctrico antes de que se incendiara o explotara. Es importante saber identificar esa nube de vapor y no confundirla con humo para saber que lo que arde es la batería. «Los bomberos tienen una amplia experiencia en el comportamiento y la extinción de incendios en vehículos de combustión interna, por lo que esos incendios no son noticia», avisan en la web de EV FireSafe. Es decir, la información transmite seguridad, mientras que los vacíos informativos dejan un espacio libre para la desinformación y el miedo.