A vivir que son dos díasLa píldora de Enric González
Opinión

El museo de Vila Certosa

"De seguir vivo, Berlusconi se habría muerto de envidia al saber que la nueva villa de Vladimir Putin dispone de un sistema de misiles y antimisiles. Le habría parecido el colmo de la virilidad"

La píldora de Enric González | El museo de Vila Certosa

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Madrid

La Acrópolis de Atenas nos recuerda que aprendimos estética de los griegos. En las ruinas de Pompeya comprendemos la herencia que nos dejaron los romanos. El palacio de Topkapi nos revela la complicada pompa de la corte otomana. Todos estos lugares son públicos y visitables. Vila Certosa, la mansión del difunto Silvio Berlusconi en Cerdeña, debería serlo también. Ahora y, sobre todo, en el futuro. Para que las generaciones venideras se hagan una idea sobre la época actual.

Una época marcada por viejos verdes (por llamarles de alguna forma) que, desde una perenne edad del pavo, adquirieron un poder inmenso. Hablo, por supuesto, de Silvio Berlusconi. Y de Donald Trump. Y de Vladimir Putin. Y del magnate de la comunicación Rupert Murdoch.

Una anécdota basta para retratar a ese colectivo. Murdoch invitó a Berlusconi a navegar en su fastuoso velero, llamado “Morning glory”. La gloria matutina. Berlusconi le preguntó la razón del nombre. Murdoch le explicó que cuanto se despertaba a bordo de ese barco también se despertaba su anciano aparato genital. Berlusconi le compró el barco inmediatamente. Y le mantuvo el nombre.

En Vila Certosa, ahora en venta por 500 millones de euros, permanecía de guardia casi permanente un batallón de chicas dispuestas a complacer a los invitados. En 126 habitaciones hay espacio para mucha gente. Los famosos bunga-bunga de Vila Certosa iban más allá del abuso sexual: eran algo tan penoso como la escenificación del poder a través del sexo. El “potente”, ese término de sonido ambiguo con que en Italia se denomina al poderoso, exhibía su potencia. Aunque estuviera senil y cargado de pastillas.

Por un lado, eso. Por otro, los delirios adolescentes. Como el volcán artificial que se encendía y apagaba con un interruptor. O la entrada secreta por un túnel copiado de las películas de James Bond. O la inmensa heladería. En 2004, Berlusconi hizo que su gobierno declarara Vila Certosa “sede alternativa del consejo de ministros”, para que gozara de protección militar.

De seguir vivo, Berlusconi se habría muerto de envidia al saber que la nueva villa de Vladimir Putin dispone de un sistema de misiles y antimisiles. Le habría parecido el colmo de la virilidad.

Hay que convertir Vila Certosa en un museo. Para recordar que en una época, la nuestra, a la vez trágica y cómica, mandó este tipo de gente.

Me llamo Enric González. Les deseo muy buenos días.

 
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