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Lo firma un hombre pero lo hizo una mujer: la historia detrás del mítico Puente de Brooklyn

Emily Warren Roebling fue la gran olvidada tras la creación de uno de los puentes más famosos del mundo

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Marta Fernández se asoma a La Ventana un día más para traer una historia de lo más interesante a Academia de saberes inútiles. En esta ocasión, hablamos de uno de los monumentos más reconocibles del sky line de Nueva York, el puente de Brooklyn, que ha inspirado a historias de todo tipo, e incluso consiguió solucionar los complejos de juventud de Donald Trump.

La historia comienza con la pregunta de cómo se construyó el que fue el puente de cables en suspensión más largo del mundo, o al menos el más largo hasta 1903. Sólo mirándolo ya nos podemos dar cuenta de que es una obra de ingeniería revolucionaria, pero de lo que no se habla tanto es de la trágica historia que esconde su construcción; y de que si no hubiera sido por una mujer, no se habría podido terminar.

De hecho, el puente de Brooklyn cruza el East River, que por mucho que se llame "river", no es un río sino un estrecho de agua salada con mareas y fuertes corrientes. Y es que, además, en la década de los 70 del siglo XIX era una de las vías acuáticas con más tráfico del mundo. Y ese era uno de los problemas, que si se quería construir un puente tenía que ser lo suficientemente alto para permitir que pasaran las embarcaciones.

Había quien pensaba que no era posible y propusieron que se hiciera un túnel. Pero, gracias a un famoso ingeniero llamado John Roebling. Conocido porque había construido un puente en Ohio, que es casi gemelo del de Brooklyn, un gran puente sobre el Delaware y otro enorme en las Cataratas del Niágara.

Pero como realmente consiguió vender el proyecto fue colocando una pasarela peatonal en la parte superior y prometiéndoles que sería el mayor reclamo para el turismo que jamás se había visto en Nueva York. Y tenía razón, porque en el Puente de Brooklyn todos nos transformamos un poco en un personaje de un musical de Broodway o imaginamos nuestra vida viviendo en La Gran Manzana.

La maldición que esconde

Pero no todo fue tan bonito como parece, porque John Roebling no vivió para ver su obra. Bueno, no vivió ni para ver cómo comenzaba porque un día supervisando cómo iban a arrancar las obras, se resbaló, un ferry le pilló los pies, se los tuvieron que amputar y a los pocos días enfermó de tétanos. Tuvo una muerte horrible y dolorosísima. Y solo tuvo un solo momento de lucidez antes de fallecer para dar instrucciones sobre el puente a su hijo Washington.

Pero la mala suerte no cesaba, ya que para construir las dos torres del Puente de Brooklyn había que cavar en el lecho del río. Y para poder hacer eso, había que sumergirse dentro de una cámara estanca. Los obreros se metían dentro, descendían dentro el agua y cuando llegaban al fondo cavaban. En esos tiempos no se conocía el fenómeno de la descompresión. Así que todos se ponían malos de lo que llamaban "la enfermedad del cajón". Tres trabajadores murieron y 110 tuvieron que abandonar gravemente afectados. Entre ellos, Washington Roebling, quedó postrado en la cama para el resto de sus días.

Y es que, al contrario de como dice el dicho "detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer", en esta ocasión ella era incluso más lista que él. Al principio, Washington supervisaba las obras con un telescopio desde la cama. Porque vivía en Brooklyn Heights, justo enfrente de donde se levantaba el puente. Y su esposa, Emily pasaba las órdenes a los capataces.

Pero pronto se descubrieron dos cosas: que Washington estaba demasiado débil y se lo tenían que llevar a una casa de campo a descansar, y que Emily era un hacha con las matemáticas. Había estudiado ingeniería aunque no tenía el título y era la única persona que podía acabar el puente. Fue ella, por ejemplo, la que calculó todas las curvas de los cables, los pesos, los contrapesos, la resistencia de los materiales. Durante más de una década estuvo al mando de las obras. Más tiempo del que habían pasado supervisando la construcción su esposo y su suegro.

Y aunque durante mucho tiempo se mantuvo en secreto para que no hubiera presiones políticas, Emily Warren Roebling fue la primera persona en cruzar el Puente de Brooklyn el día de su inauguración, el 24 de mayo de 1883. Ese mismo día cruzaron el puente de Brooklyn mil ochocientos vehículos y ciento cincuenta mil personas.

Y como sabemos, hay una gran diferencia entre vivir en Manhattan o hacerlo fuera de la isla. Y en los años 70, antes de la eclosión de los otros barrios, esa diferencia todavía era mayor. A los que no vivían en Manhattan se les llamaba despectivamente "Bridge and Tunnel", porque para llegar tenían que cruzar un puente o un túnel. Y ¿sabéis donde vivía el joven Donald Trump? En Queens. Y aunque su familia tenía pasta y vivía en un casoplón, él tenía ese complejo y un deseo irrefrenable de convertirse en el amo de la isla. Y acabó consiguiendo su sueño, y además le pudo poner su nombre a una de las torres más grandes del barrio.

 
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