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Eterno John Ford

Se cumplen 130 años del nacimiento de John Ford, uno de los cineastas más grandes que ha dado el Séptimo Arte y cuya obra e influencia siguen vigentes por más que pasen los años.

De John Ford se ha dicho que ha sido el mejor director de la historia. Que nadie como él ha sabido mostrar en el cine la amistad, el amor a la tierra y a la familia; la solidaridad entre los hombres y su lucha contra las adversidades; que ha hecho poesía en imágenes o que prefería la leyenda a la realidad. Su misma vida puede ser un buen ejemplo. Se llamaba en realidad John Martin Feeney y, aunque estadounidense, era hijo de irlandeses. De ahí que Irlanda y sus tradiciones aparezcan en muchas de sus películas.

“Me llamo John Ford y hago películas del oeste”, solía presentarse y era verdad. De las 135 películas que rodó a lo largo de su vida más de la mitad fueron westerns. Pero lo cierto es que en su filmografía hay de todo: melodramas, comedias, cine bélico o histórico… hasta aventuras en la selva, como Mogambo. Tenía un gran talento para rodar en grandes espacios y escenas complicadas de la forma más sencilla. Según él mismo decía, sus películas más hermosas no fueron los westerns sino esas pequeñas historias que retratan los esfuerzos cotidianos de personajes humildes, como Las uvas de la ira.

John Ford buscaba sobre todo captar la emoción. “Tenía un agudo sentido para detectar cuando algo es sentimental y cuando es sensiblero”, explicaba John Wayne, su actor favorito. “No le tiene miedo a este tipo de escenas, de hecho, una de las cosas que me dijo al principio de mi carrera fue: vas a tener muchas escenas durante tu vida que te parecerán sentimentales. Interprétalas con honestidad y verdad y lo harás bien, porque si intentas interpretarlas irónicamente, situándote por encima, perderás la perspectiva y arruinarás la escena”.

En sus películas suele haber canciones tradicionales, bailes, algo de alcohol y casi siempre una buena pelea. Algunos le acusaban de ultraconservador, pero no es cierto. Apoyó públicamente a la República española o el programa de derechos civiles del presidente Kennedy y fue de los pocos de Hollywood que se atrevieron a plantar cara a la Caza de brujas. Algunas de sus películas tenían además una gran carga de denuncia social, aunque también le acusaron de misógino y machista, pero pocos como él han sabido retratar en el cine la fortaleza de la mujer que en sus películas son el verdadero soporte de los grupos humanos.

John Ford llegó a Hollywood en 1915 con diecinueve años. Su hermano Frank ya trabajaba allí como director y le introdujo en el mundo del cine. Fue tramoyista, encargado de vestuario, regidor… y también figurante. Uno de sus primeros trabajos fue hacer de extra en El nacimiento de una nación de David W. Griffith. De ayudante de dirección dio el salto a director un día de 1917 cuando el titular del puesto no se presentó al rodaje y tuvo que acabar él la película. Ya como director y en la época del cine mudo Ford rodó más de 60 películas entre cortos y largos y fue en los años 30, con títulos como El delator, Huracán sobre la isla o Prisionero del odio cuando comenzaron sus éxitos. En 1939 rodó La diligencia, considerada la película fundacional del western clásico.

Los exteriores se rodaron en Monument Valley, reserva de los indios navajos. El director volvería a utilizar este escenario salvaje en nueve películas más. Los indios le consideraban como un hermano adoptivo que les daba trabajo y en ocasiones, como en la gran nevada que arrasó el valle en 1949, les enviaba dinero. Le llamaban “Gran jefe” y era al único al que dejaban filmar en sus lugares sagrados. Los años 40 y 50 fueron la edad de oro de su cine. Durante la Segunda Guerra Mundial se alistó en la marina con el grado de teniente de navío. Rodó algunos de los mejores documentales que se filmaron en la guerra y acabó su servicio con el grado de almirante. Algunos críticos consideraron los años 60 como su etapa de decadencia, pero hoy nadie se atreve a no incluir películas como El gran combate, Dos cabalgan juntos o El hombre que mató a Liberty Valance en la lista de los mejores westerns de la historia.

John Ford ganó cuatro Oscar y es el director que más veces ha logrado el premio. Le gustaba rodar casi siempre con el mismo equipo técnico y tenía una serie de actores habituales: Henry Fonda, Maureen O’Hara, James Stewart, Harry Carey Jr. y, sobre todo, John Wayne. Ford y su equipo eran como una familia y en los rodajes el director ejercía de patriarca o sumo sacerdote. “Cuando entrabas en un plató de John Ford era como entrar en una Iglesia. El set estaba como hechizado. Y era él quien lo hechizaba porque la magia emanaba de él”, decía Harry Carey Jr. Le gustaba rodar cada plano empleando una sola toma. “Se enfada si no lo logra a la primera toma. Le gusta que la emoción sea la más auténtica, la emoción de la primera vez”, afirmaba Henry Fonda.

Nunca utilizaba la grúa y cuando le preguntaban por qué apenas movía la cámara, respondía que porque los actores están mejor pagados que los operadores de cámara. Ford representaba el paradigma del estilo clásico. No había en él ninguna concesión al efectismo, como si entre el espectador y lo que ocurría en la pantalla no mediara una cámara. “La mayor parte de los directores jóvenes están obsesionados con la cámara, pero el secreto está en la gente. Se olvidan de la gente. El secreto está en su mirada, en la expresión, en los rostros”, explicaba él mismo.

John Ford apreciaba las iniciativas y las ideas de los actores, pero no soportaba que discutieran sus órdenes. En la película María Estuardo. Katharine Hepburn, no hacía más que poner reparos a las escenas. Ford cogió un megáfono y una copia del guion y se los dio a la actriz para que dirigiera ella la escena según le pareciera. Luego, abandonó el plató. Curiosamente todas aquellas discusiones terminarían en un idilio amoroso del que la Hepburn siempre guardó un buen recuerdo. También se las tuvo tiesas muchas veces con los productores. En cierta ocasión uno de ellos fue a quejarse de que llevaba cuatro días de retraso en el plan de rodaje. Ford arrancó cuatro páginas del guion y le dijo: “ya estamos al día”. Y es que el gran secreto de Ford fue saber torear a Hollywood. Conseguir alimentar la maquinaria industrial con películas que funcionaban bien en la taquilla, pero a las que daba siempre su sello personal. Cuando la película le interesaba de verdad participaba en el guion y en todo el proceso. Cuando no era así, se limitaba a cumplir su trabajo con profesionalidad.

John Ford era autoritario, socarrón y pendenciero. Unos dicen que era huraño. Otros que, simplemente, humilde. Maureen O’Hara, la heroína de El hombre tranquilo, Qué verde era mi valle o Río Grande le definía muy bien. “Instintivamente era un estafador. Era imposible saber cuándo creerle y cuándo no creerle. Todo lo que hacía o decía era buscando un efecto. Podía ser cariñoso, generoso y amable, con un maravilloso sentido del humor, pero también vengativo y malo. Lo único que uno podía hacer con John Ford era aceptarle con todas sus faltas y virtudes”.

El puro o la pipa colgaban siempre de su boca y con los años empezó a cubrir su ojo izquierdo con un parche. Muchos pensaban que no lo necesitaba, que era un capricho, pero al parecer sí perdió la visión de ese ojo cuando tras operarle de cataratas se hartó del vendaje y se lo quitó demasiado pronto. En lo que sí coincide todo el mundo es en que su sordera era más fingida que real. Una excusa para huir de las entrevistas de los periodistas que tanto odiaba. A Ford le encantaba desmitificar su trabajo. “Nunca he pensado que lo que estaba haciendo era arte o estupendo o algo de importancia mundial ni nada por el estilo. Para mí siempre se trataba de un trabajo que hacer, con el que disfrutaba inmensamente y nada más”, afirmaba.

El buen cine era para él era algo muy sencillo. Decía que lo que más le interesaba era retratar la mirada de los hombres y quizá en esa mirada radique el secreto de su cine. Los actores con él dejan de ser meros personajes para mostrarse más que nunca como seres humanos, con sentimientos, deseos, alegrías y sufrimientos, viviendo derrotas y victorias. Por eso las modas cinematográficas pasan, los directores y las estrellas mueren, pero el cine de John Ford permanece y permanecerá siempre. Ya lo dice Martin Scorsese: “Él es la esencia del cine clásico norteamericano y todo aquel que haga películas hoy en día, lo sepa o no, está influido por John Ford”.

 
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