"En la oscuridad, retornaban los abusos": Maruja Torres explica con su propia experiencia la importancia de la UNRWA

Madrid

Le llamaré Olaf, porque era noruego. La verdad es que no recuerdo su nombre, pero sí su porte, y cómo aparecía cada noche en el jardín del hotel American Colony de Jerusalén Este, propiedad palestina y el más acogedor de la ciudad. Vestía traje blanco, era alto y rubio, con bigote, y tan guapo y nórdico como su novio, que solía acompañarle. Se sentaban a mi mesa y hablábamos de la situación.

Era 1987, Primera Intifada, y Olaf ejercía de jefe de la UNRWA para la zona. Entre copas e informaciones de última hora, hacíamos planes. Al romper el día, Olaf, en uniforme de trabajo, me recogía en el hotel con su furgoneta bien marcada en techo y costados con el acrónimo UNRWA, y nos dirigíamos a uno de los campos de refugiados palestinos.

Me acompañaba a hablar con los pobladores, pero en realidad nuestra labor, la suya, a la que yo me sumaba, era impedir, con la presencia de la Agencia de Naciones Unidas y de una periodista internacional, que los soldados israelíes que vigilaban desde sus torretas dispararan a los refugiados, les lanzaran a sus perros, u otros desmanes. Al anochecer, al toque de queda, nos teníamos que ir.

Y, en la oscuridad, retornaban los abusos. En estos tiempos en que la brutalidad de unos y la complicidad de muchos se han generalizado, saludo a Noruega, el primer país en negarse a retirarle sus fondos a la única esperanza de supervivencia de millones de palestinos deshumanizados por Israel.

Cuánta vergüenza, Olaf.

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