El imperio de lo falso

Madrid

Barcelona se ha llenado de tiendas de ropa de segunda mano y si antes sus principales clientes eran pobres, ahora están siendo invadidas por jóvenes fashionistas buscando originalidad. Hacen bien porque antaño un abrigo se fabricaba para protegernos del frío y para que durara toda la vida. Marx tuvo que vender su abrigo para pagar facturas mientras escribía El Capital, pero hace ya mucho que la industria de la ropa dejó de ofrecernos buenas materias primas, excelentes patrones de corte y confección ejecutada con maestría.

Las trabajadoras de las maquilas se pasan doce horas haciendo la misma costura de hombro y lo que vale la pieza final en nuestras tiendas equivale a unos cuantos meses de su sueldo. Seguro que hay un mundo donde se siguen haciendo bien las cosas, pero no aquí porque esas admiradas corporaciones de ropa rápida se cargaron el saber acumulado de generaciones enteras y nos dejaron a todos en la inopia textil, huérfanos de esas madres que distinguían la buena lana de la imitación de plástico. Incluso las firmas de lujo, con precios prohibitivos, cosen en Asia y han ido adoptando los métodos de las marcas supuestamente baratas.

El otro día encontré un abrigo que costaba más de cinco mil euros y ni siquiera llevaba forro. En otro tiempo hubiera sido un escándalo, pero a la millonaria que lo lleve puesto una vez le da absolutamente igual. Por eso, a las tiendas de segunda mano íbamos los enamorados de la buena artesanía. Hasta que las ONG que las llevan se dieron cuenta, pusieron un cartelito de 'vintage' en la entrada y subieron de 10 a 200 euros el mismo chaquetón.