El mejor de lo que sea

Distinguir al mejor es un estribillo, una perorata anual. Nos ataca siempre por estas fechas, cuando nos volvemos locos proclamando los mejores libros, las mejores exposiciones, las mejores películas, los mejores discos, los mejores de lo que sea, qué más da. Es una manera de atacar el desorden y la abundancia del mundo. Necesitamos que en todo haya mejores y peores, primeros y segundos, quintos, novenos, últimos. Aunque habría que evitar la tentación de tomarse demasiado en serio estas listas. Ahí fuera, después de todo, hay verdaderos fanáticos del lenguaje crudo, dispuestos a interpretarlo todo al pie de la letra. «Es el mejor» resulta una frase ficticia, hueca, y sin embargo impresiona. Cada vez que alguien dice de algo que «es el mejor» parece que el mundo tiemble; y al final nunca pasa nada. Ocurre con las ideas vistosas, que lo dejan todo tal cual estaba. Pero eso no importa. Quién sabe si existe la vida humana porque hay discordia, polémica, debates. Si en algún momento se produjese un silencio, porque, digamos, no hay nada que debatir, podríamos estar asistiendo al fin del mundo. Quizá por eso la palabra del año es Polarización, en la enésima coronación de un sustantivo. Así es la vida. El mundo será un lugar más justo cuando la palabra del año pueda ser una preposición o un adverbio. Feliz año nuevo, por favor.