Hoy por HoyEl cuaderno de Ángeles Caballero
Opinión

Lo que realmente nos mata es la desigualdad social

Quizá ya éramos conscientes, pero nunca está de más recordarlo, debe servir para algo

Lo que realmente nos mata es la desigualdad social

Lo que realmente nos mata es la desigualdad social

Leo la noticia de que un sistema basado en inteligencia artificial es capaz de detectar con un porcentaje de acierto del 78% si una persona va a morir en los próximos cuatro años. Y sin profundizar ni ir más allá del titular, lo primero que me viene a la cabeza es que si no me interesa -por no decir que me inquieta profundamente - que alguien o algo me diga lo que va a pasar conmigo en los próximos doce meses, como para que ponga fecha a mi epitafio.

Lo que realmente nos mata es la desigualdad social

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Todo esto puede sonar a lectura de cartas, bola de cristal o cualquier otro tipo de supuestos métodos para ver el futuro, pero como está de por medio la inteligencia artificial, una revista científica y un grupo de investigadores de la Universidad Técnica de Dinamarca, me pareció oportuno ir más allá de ese puñado de letras.

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Y el caso es que me sorprendió poco el método, porque se basa en el análisis de las condiciones de vida de unas seis millones de personas, su salud, sus ingresos, su nivel educativo y a lo que se dedican; pero es una excusa estupenda que me sirve para recordar que son las enfermedades las que nos llevan por delante en la mayoría de las ocasiones, pero lo que realmente nos mata es la desigualdad social.

Nos mata la desigualdad social y determina nuestra esperanza de vida y eso lo sabemos mucho antes de que estos señores de la Universidad Técnica de Dinamarca nos lo dijeran. Dependiendo del barrio en el que se viva, hay una diferencia de casi ocho años en la esperanza de vida en Sevilla y de diez años en Madrid, y hasta 18 años de diferencia, que se dice pronto, en seis de las principales ciudades latinoamericanas.

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Una brecha condicionada por cosas de las que hablamos todos los días en esta emisora: el nivel socioeconómico, el género, el tipo de vivienda en la que uno duerme, si está o no climatizada, si el desempleo campa por sus anchas en ese hogar. La vulnerabilidad como la peor enfermedad crónica posible.

En España el 55% de las mujeres con ocupaciones no cualificadas declaran un buen estado de salud frente al 85% de los hombres de clase social alta. Estar en paro multiplica las posibilidades de sufrir trastornos mentales, también entre quienes tienen dificultades para pagar la hipoteca. En la ciudad de Barcelona, se registra un 15% más de muertes asociadas al tabaquismo entre la población con menor nivel educativo. Se sabe que el consumo de alcohol influye sustancialmente en la mortalidad por cáncer derivada de las desigualdades socioeconómicas entre los españoles.

En los hogares más vulnerables los niños comen peor porque los alimentos más accesibles y baratos son peores y sus padres tienen peor formación e información, por ejemplo, para enseñarles a comer de todo. En las familias con paro o inestabilidad laboral se fuma más, se bebe peor y se hace menos ejercicio, mientras que los más deportistas son aquellos con estudios universitarios.

Y todo esto, de lo que quizá ya éramos conscientes, pero nunca está de más recordarlo, debe servir para algo. Porque no basta con saberlo, llevarnos las manos a la cabeza, aliviarnos si estamos en el barrio con mejores ratios y resignarnos si habitamos en los códigos postales más humildes. Tampoco basta con campañas de información y prevención.

Las administraciones deben analizar si los recursos y las políticas públicas que diseñan llegan a quienes realmente las necesitan. Y nosotros, votantes de buena fe, exigírselo a quienes nos gobiernan. En este caso, y de verdad, nos va la vida en ello.

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Ángeles Caballero

Ángeles Caballero

Periodista. Colabora en 'Hoy por Hoy', con Àngels Barceló. Escribe en El País. Y habla en La Sexta.

 
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