Las palabras de Abascal son inaceptables en democracia

No se ha pasado página todavía, ni deberíamos hacerlo, a las inaceptables palabras de Santiago Abascal desde Argentina, advirtiendo a Pedro Sánchez de que acabará colgado de los pies por el pueblo español. Una frase muy gráfica sobre el fin de algunos dictadores como Mussolini. Lo que dijo el líder de la ultraderecha española no se debe al fragor y al ambiente que encontró en Buenos Aires por la toma de posesión de Milei; es una idea consecuente con la imagen que Vox transmite del gobierno de Pedro Sánchez -“una dictadura encabezada por un tirano”-, una idea no muy alejada de la que algunos miembros del ala más dura del PP también repiten.

Que no fue una ocurrencia lo demuestra que ayer, ya desde la prenavideña España, el portavoz del partido, Ignacio Garriga, volvió a repetir la misma tesis. ‘Al rival político hay que aniquilarlo físicamente, acabar con él’, unas palabras inadmisibles en una democracia consolidada que tiene sus reglas. Y la principal es que al rival político se le vence en las urnas o tejiendo las mayorías necesarias para apartarle del poder. A quien no le guste que Sánchez gobierne deberá esperar a una nueva convocatoria electoral y entonces intentar ganarle. Así funciona, afortunadamente, la democracia y, por obvio que sea, parece que no está de más repetirlo.

Lo que no sea esto es no solo profundamente antidemocrático, sino altamente peligroso. Y no, para pronunciar este tipo de aberrantes argumentos no puede uno ampararse en la libertad de expresión que, por cierto, en una dictadura sería totalmente impensable. Las palabras de Abascal son inaceptables en democracia. Y la condena por parte del resto actores políticos debe ser contundente y sin ningún tipo de pero. Porque lo dicho por el líder de la ultraderecha no se puede comparar con nada de lo dicho por nadie dentro del marco democrático, no puede transformarse la condena en un ‘y tú más’ porque después de haber amenazado con colgar al presidente del Gobierno de los pies no hay más.

Este es el ambiente previo al debate, esta tarde en el Congreso, de la ley de Amnistía, el primer debate sobre la polémica ley en el marco que establece la Constitución: el Parlamento. Es ahí donde deben debatirse las cosas, es ahí donde se deben dar los argumentos, a favor o en contra. Y cuando la ley salga de ahí, apoyada o no por la mayoría que consiga el Gobierno, a esta democracia todavía le quedan mecanismos para asegurar que nada va a vulnerar el estado de derecho. Esta es la grandeza de la democracia y el valor de las instituciones. Las mismas que muchos cuestionan o erosionan con sus palabras. Afortunadamente, ellas resisten.