Programa de protección de testigos

Madrid

Por cosas de la edad hay gente muy amable que ha decidido concederme bonitos premios a la trayectoria profesional. Cuando eso ocurre, una sabe que ya es un viejo tranvía que regresa a las cocheras. Y es buen momento para repasar lo que queda detrás.

Me gustaría recontar mis experiencias históricas como ser humano, y en sentido inverso. Tengo ante mis ojos ahora mismo la foto de un tío con cara de mochales que va a gobernar Argentina; hay una invasión de Gaza consumada con odio implacable, más allá de la legítima defensa. Sigue la guerra que estalló en Ucrania tras la invasión por parte de Rusia. Putin se perpetúa en el poder y se fortalece, una Meloni melonea en Italia, brotan neonazis por todas partes, y hay un

Brexit que quién sabe qué y quién sabe cómo. Naciones Unidas sirve para poco, la Unión Europea tirololí-tirololá. No se ha conseguido una política seria y sensata hacia los inmigrantes, pero sí un rechazo unánime y despiadado. Veo muros y vallas por doquier, y seguro que me dejo algo.

Si retrocedo aún más, nací al poco de firmarse la solución final para exterminar a los judíos, y mientras se perfeccionaba la bomba atómica. He asistido a dos movidas catalanas, la Gauche Divine y el Procés, y a dos movidas madrileñas, la que encabezó el añorado Tierno Galván, y la que gestionan los herederos o imitadores de los fascistas de antaño en su versión trumpista cañí.

Con todo lo cual quiero decir: no solo yo y los periodistas de mi edad, sino todas las personas de mi generación, incluidos muchas que nos están escuchando, merecemos más que premios a la trayectoria. Merecemos que se nos incluya en un programa de protección de testigos. Con antibióticos, anestésicos, analgésicos, ansiolíticos y otros paliativos gratuitos, si son necesarios.