Los que no cruzan la pasarela

Dentro de unas tres horas, Irene Montero dejará de ser ministra de manera formal. Entregará la cartera a su sucesora, la desconocida para España, pero archifamosa desde ayer para Google, Ana Redondo. Pondrá punto final a una legislatura muy convulsa y peleona, sobre todo en su competencia, la de Igualdad, donde se han cometido errores (mal ejecutados y peor comunicados), pero también hemos aprendido cosas.

Porque sería injusto no reconocer que hemos entendido lo difícil que es la vida para las personas trans de este país; hemos sabido -porque nos lo han repetido mil y una veces- lo que es el consentimiento, que sólo sí es sí; que a la violencia ejercida hacia las mujeres existe solo por el mero hecho de serlo; que hay hombres, mujeres, personas no binarias. También hemos aprendido que hay muchas mujeres a las que la regla las deja incapacitadas para poder ejercer su trabajo. Y esto no es que ella, Montero, se lo haya inventado, ni sea la autora de estos términos; pero al menos, para mí, se los he escuchado a ella porque ha ejercido en el Ministerio con la misma actitud que la bikina de la canción: altanera, preciosa y orgullosa. Y quizá demasiado. Y qué pena que se haya empeñado en morir matando.

A su lado, en el escaño e incluso físicamente, porque siempre que las he visto el hombro de una rozaba el de la otra, Ione Belarra. En su Ministerio se cocinó la ley de bienestar animal, tan importante en un país que avanza y donde ya hay más mascotas que menores de 14 años en los hogares. Nos contaron, algunos, que con esta ley las ratas iban a importar más que los seres humanos. En fin, estas cosas que nos cuentan a veces.

También nos contaron que nos iban a prohibir la carne, el Ribera del Duero y hasta poder comprar juguetes a nuestros niños porque Alberto Garzón, ya exministro de Consumo, no solo es de Izquierda Unida, sino que una vez publicó una foto en su cocina vestido con un chándal de la antigua Unión Soviética y qué más pruebas necesitas, hijo de mi vida.

También se va Raquel Sánchez, como responsable de transportes, que se ha tragado dos enormes sapos. Las críticas a la ley de vivienda y aquel momento entre chanante y bochornoso de la compra de 31 trenes que, sencillamente, no coincidían con el ancho de los túneles. Se va Pilar Llop tuvo que salir a defender los cambios en la ley del ‘sólo sí es sí’ en uno de esos días en el Congreso en los que ella y las demás estuvimos a punto de llorar varias veces. Miquel Iceta, el ministro de Cultura y fugaz responsable de Política Territorial, el hombre al que le interesa el deporte más bien lo justo, y que tuvo que lidiar con la crisis del beso no consentido de Luis Rubiales a Jennifer Hermoso y lo que aquello no sóilo supuso para la imagen de España, sino también para las instituciones deportivas de este país. Se va y el cesto de la plancha sigue bastante lleno, ministro. Al que se va, y al que llega.

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Y se irán los invisibles José Manuel Miñones y Héctor Gómez al frente de Sanidad e Industria. Y que lo sean, a estas alturas de la actualidad política, puede que sea una buena noticia. Y se irá también Joan Subirats con la ley de universidades bajo el brazo, que es otro desconocido para España y creo que hasta para Google.