Ocio y cultura

Preysler, Pantoja y el Palmar de Troya: Agustín Gómez Arcos destroza la imagen idílica de la Transición en 'El hombre arrodillado'

La editorial Cabaret Voltaire rescata al escritor olvidado que en Francia estudian en los colegios publicando una nueva novela que se adentra en la decepción de los primeros años de la democracia en un demoledor retrato sobre la pobreza y la alienación

El escritor Agustín Gómez Arcos / CEDIDA

El escritor Agustín Gómez Arcos

Agustín Gómez Arcos es uno de los escritores más políticos y subversivos que ha dado la literatura española. De hecho, ya hay una ruptura si tenemos en cuenta que escribió la mayoría de sus obras en francés, idioma que aprendió en su exilio, al que llegó harto de la censura en la España franquista. La pobreza y la desesperación de su infancia, común a la de tantos niños y niñas de su generación, los niños de la posguerra, se marca en todas sus novelas: Ana no, María República o El cordero carnívoro. Todas ambientadas en la Guerra Civil y el franquismo. La pobreza es sin duda, el eje que sustenta El hombre arrodillado, la última obra publicada en España por Cabaret Voltaire, editorial a la que le debemos que los libros de Gómez Arcos no hayan caído en el olvido.

Lo que sorprende de El hombre arrodillado es que el escritor ha saltado de época. Cuenta la Transición, la llegada de la democracia, tras los oscuros y violentos años del franquismo. Sin embargo, el hambre, la desigualdad y la pobreza no han cesado. Excelente metáfora, la del escritor con ese hombre que vive de rodillas, un mendigo que pide limosna en el Paseo de Recoletos de un Madrid en plena transformación, con la de ese hombre arrodillado que evitaba ser el Che a toda cosa, antes la muerte, decía el revolucionario. Son dos ideas que atraviesan la novela: la de aquellos que siempre estarán de rodillas frente a los poderosos porque la igualdad no ha llegado a pesar de haber enterrado al dictador, y la de aquellos que dejaron de pelear y se agacharon ante el poder del dinero.

Nanni Moretti, el director italiano cierra su documental Santiago Italia, sobre los refugiados chilenos que lograron huir a Italia tras el golpe de Pinochet, con la reflexión de uno de ellos de que había llegado en los 70 a una Italia maravillosa, llena de compromiso, de solidaridad, de ideales y de leyes que protegían a los trabajadores y que ahora vivía en un país que cada vez se parecía más al Chile que dejó, donde el consumismo y el individualismo había borrado los valores revolucionarios. Hay una conexión entre esas palabras y lo que siente Gómez Arcos, que expresa a través de su protagonista. Un hombre que vivió en un pueblo minero, que vio como los suyos iban muriendo en la mina. También su enamorado. "Ya no necesitan nuestros votos, pero siguen necesitando nuestro dinero...", con esa frase, el escritor de Enix, explica a la perfección que los ciudadanos se han convertido en consumidores.

Con la llegada de la democracia se fue al sur, a trabajar en el turismo que llegaba a la Costa del Sol. De ahí acabó en una secta religiosa, el Palmar de Troya, permitida durante el Franquismo y, por supuesto, durante la Transición. De ahí llegó a la capital, que tenía la Movida madrileña como ejemplo de modernidad, de apertura, de igualdad, de todo, mientras dejaba morir de hambre a muchos trabajadores y trabajadoras, porque las luchas obreras parecían ya cosa del pasado, si es que alguna vez pudieron darse en un país dictatorial.

Este hombre, del que nunca conoceremos su nombre, pues es uno de esos nadies que no merece mayor atención en una sociedad que ha olvidado lo común y la lucha y solo quiere el oropel, mendiga postrado en la calle, detrás de un cartel donde pueden leerse las súplicas que él no se atreve a pronunciar. Mientras espera con los brazos en alto y la cabeza gacha recuerda cómo ha llegado hasta ahí. Recuerda a su esposa y su hijo, a su gran amor, Fermín, recuerda a su padre. Y todas las peripecias que ha vivido hasta llegar a Madrid, lo que permite al lector sumirse en un retrato de una España cimentada en la sociedad de la abundancia y la desigualdad.

El escritor clava el cuchillo a la movida, como movimiento superficial y hedonista que no supo ser un puntal contestatario ante el nuevo sistema político que se configuraba. Habla de la heroína, como arma letal para los jóvenes de clase obrera. Habla de cómo la cultura dio la espalda a uno de sus principales objetivos: cambiar el orden establecido. Lo hizo con la sociedad del espectáculo, una descripción de la televisión y la prensa del corazón que nos acerca a ese retrato de la cultura como circo que señalaba Guy Débord. Personajes de las revistas, como tonadilleras convertidas en las viudas de España, ahí está la Pantoja superando el duelo de Paquirrín y emocionando a un electorado pasivo que entraba en la democracia cediendo todos sus derechos, o mujeres filipinas casadas con cantantes, marqueses y ministros socialistas, sí, el personaje descubre la boda de la Preysler y de Miguel Boyer. El ¡Hola! como ejemplo contrarrevolucionario, nos dice Gómez Arcos, advirtiéndonos de lo que después harían las televisiones con contenido: convertirlo en el centro de su programación, acallando a la audiencia.

Es curioso como la mirada de Gómez Arcos sobre la Transición, una época que conoció bien, pues comenzó a venir cada verano a Madrid, con la mirada de desconsuelo de Max Aub que reflejó en La Gallina Ciega, un libro donde plasmó sus impresiones en su regreso del exilio mexicano. También se sorprendía con la mirada de los españoles, acostumbrada a la dictadura y a la censura, a cambio de poder tomar un helado en la playa atiborrada de turistas. El olvido intelectual y el olvido académico, también era mencionado por el escritor valenciano, como hace Gómez Arcos en esta novela. "Son los vips, gracias a ellos funciona el mundo, sino sería un valle de lágrimas tan triste como lo es para el resto de los mortales", escribe sobre el mecanismo de evasión de esa prensa rosa y se sorprende que interese más lo que le pasa a al filipina, en referencia a Isabel Presyler, que los ocho millones de pobres que en ese momento había en España por culpa del paro y la precariedad. "El joven enfermo cierra los periódicos y jura no volver a leerlos nunca", hasta atisba el inicio de la crisis de credibilidad del periodismo.

La crítica política es más profunda. Habla de la policía, como un cuerpo que se había profesionalizado, pero que seguía usando las armas de la dictadura. "La Policía se había democratizado, como el ejército o la Administración...", escribe con ironía, al tiempo que muestra cómo muchos jóvenes precarios y con miedo a hacer huelga acabaran en el cuerpo, donde había un salario fijo y un futuro. Ironiza también con el callejero madrileño, adelantándose a todo el debate que aún hoy sigue presente en la sociedad. Solo hay militares dando nombre a las calles, al tiempo que pide un "callejero del desempleado".

En El hombre arrodillado, Agustín Gómez Arcos describió, como hace el documental de Moretti, no solo lo que era el presente de una España en proceso de cambio; sino también dio las claves de lo que sería el futuro del país, de ahí la fuerza de una novela que no escatima las referencias a la religión, con ese cristo arrodillado, ese pobre redentor, cuyos personajes podrían ser familiares de los personajes de Galdós, gran retratista del Madrid del siglo anterior, y cuya fuerza visual y verbal convierten a esta novela en un libro esencial para entender la España de hoy.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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