El viaje de Biden

Barcelona

Joe Biden viaja a Oriente Próximo. Es una noticia de las grandes. Es su primera visita a la zona, y además no ha habido ninguna visita de Netanyahu a Washington desde que el presidente demócrata es el inquilino. Es mayor y viaja poco. El viaje es, pues, un termómetro de lo que se juega en la partida Israel-Hamás. Solo tiene sentido si insiste en que la reacción israelí a los atentados debe ser proporcionada y ajustada a la ley. Si se asegura de que las actuaciones en Gaza no serán de exterminio, sino destinadas exclusivamente a erradicar los focos de acción terrorista.

Una profecía: este viaje servirá para postergar el plazo de la ocupación de Gaza. Conviene que la influencia norteamericana y europea modere los impulsos del Gobierno israelí. De lo contrario podemos encontrarnos con toda una región árabe circundante que se levante contra el "imperialismo occidental", dígase con comillas.

Conviene también graduar las acciones, porque Rusia ha tomado ventaja. Era un Estado paria en su invasión a Ucrania. Pero ahora actúa contra Israel, gracias a dos peones: el sirio y el iraní. Son los dos polos de apoyo logístico, presupuestario y político a la estrategia de los palestinos más radicales. Moscú se blinda. Siempre podrá aspirar a cambiar una pasividad en Oriente Próximo por el reconocimiento occidental de su anexión ilegal de Crimea; o de otras partes de Ucrania. Las guerras se expanden, como pedradas en el agua. Y suelen beneficiar, en el corto plazo, a los agresores: o sea, a quienes abusan, a quienes disparan antes de preguntar, a los partidarios de la fuerza bruta.