Hasta el mal admite grados

Barcelona

Hasta el mal admite grados. Descuenten este punto de optimismo, porque tenemos que agarrarnos a algo para no verlo todo negro, que es no verlo de ninguna manera. La entrada de las tropas israelíes en la franja palestina de Gaza preludiaba un exterminio; quizá solo se quede en desastre, quizá acabe en tragedia.

La situación es pésima, pero parece que oteamos algún alivio. Menos es nada. La prolongación del ultimátum para evacuar el norte de la franja, hacia el sur, desde el entorno de su capital, la ciudad de Gaza, algo significa. Desde luego, refleja las dificultades de una ocupación indiscriminada: puede desencadenar fuertes resistencias. O la tarea casi imposible de deslindar el grano, la ciudadanía; de la paja, los activistas aficionados a acciones violentas y terroristas. O el dilema de qué hacer después de ocupar, porque a veces fabricar la paz es más complicado que emprender la guerra. ¿Por cuánto tiempo, en qué régimen, con qué apoyos civiles, a qué coste?

A todas esos obstáculos se le añade la creciente presión internacional para que se respeten al menos las reglas de la guerra, eso que Hamás ni se plantea, pero que para una democracia al menos formal como Israel es un deber existencial. La idea básica, formulada desde el principio por el alto representante de la UE para la política exterior, Josep Borrell, es taxativa: Israel tiene derecho a defenderse, pero respetando el derecho internacional. Ese estrecho pasillo se abre algún paso: no es fácil conseguir una cosa y garantizar la otra. Pero EEUU ya enfatiza el mismo enfoque, los ministros de Asuntos Exteriores europeos lo apoyan, corrigiendo parcialmente a la presidenta de la Comisión, y el mundo árabe presiona. Del mal, si es que es inevitable, el menos.