Halaga mejor

Galicia

Hay gente que vive de halagar a otra, como se vio esta semana en el Congreso, con ovaciones larguísimas y ridículas a los líderes. Halagar es delicadísimo, y muy complejo. Es como preparar una bomba, pero al revés, que explote para bien, que deje a las víctimas contentísimas. Casi tienes que ir de un lado a otro con cinta métrica, para medir exactamente la dimensión del elogio y que la persona a la va dirigido se quede plenamente satisfecha. Es natural tener miedo a quedarse corto, y que te lancen una de esas miradas que significan «¿Solo eso?» Ya hay muchos que están acostumbrados a que, por lo menos, le digas «genio». De ahí para abajo, cualquier cosa sonará escasa. Un día habrá que inventar adjetivos. Pero ojo: asumes grandes riesgos si se te va la mano. Hace unos años, a un veterano columnista gallego le tuvieron que llamar la atención después de que la conselleira de Cultura fuese objeto de sus rimbombantes y exageradísimas alabanzas. «Modérate, por favor», le pidieron. Se quedó a un centímetro de aquella viñeta de Forges en la que un empleado, ante la llegada del nuevo consejero delegado a la empresa, avisó: «Menudo soy yo. Va a saber lo que es bueno: le voy a hacer una reverencia que se va a quedar tonto».