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'Los tres mosqueteros', la aventura que late en cualquier corazón humano

El hecho de que d’Artagnan y los mosqueteros hayan perdurado con tanta fuerza en el arte y en el imaginario colectivo puede ser una prueba de que los mitos caballerescos sobreviven a aquellos en quienes están basados

'Los tres mosqueteros', la aventura que late en cualquier corazón humano (Parte 1)

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Alejandro Dumas nació en 1802 y murió en 1870. Fue una figura dominante en la escena literaria del siglo XIX francés. Es el autor de novelas inolvidables como 'El conde de Montecristo' o 'El tulipán negro'-que ya os hemos contado en 'Un libro una hora'- 'Veinte años después', 'La reina Margot' o 'La guerra de las mujeres'.

'Los tres mosqueteros' se publicó en el diario Le Siècle por entregas del 14 de marzo al 11 de julio de 1844. El éxito fue inmediato, inmenso, extraordinario e internacional. Y es que es una novela deliciosa, divertida, triste, emocionante, brutal por momentos y legendaria.

&#039;Los tres mosqueteros&#039;, la aventura que late en cualquier corazón humano (Parte 2)

'Los tres mosqueteros', la aventura que late en cualquier corazón humano (Parte 2)

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Dumas no inventó el personaje de d’Artagnan

'Los tres mosqueteros' fue la obra más famosa de Alejandro Dumas, junto con 'El conde de Montecristo'. Pero Dumas no inventó el personaje de d’Artagnan. Como cuenta Arturo Pérez-Reverte, durante una visita a Marsella el escritor pidió prestado un libro que después nunca devolvió y que le daría fama inmortal. El libro eran las 'Memorias de d’Artagnan', la historia de un oficial de mosqueteros, escrita por un tal Gatien de Courtilz de Sandras, un aventurero que vivió a finales del siglo XVII y narró las supuestas memorias de un personaje real: Carlos de Batz Castelmore, conde de Artagnan. Un gascón nacido en 1615 que, como en la novela, fue mosquetero, aunque no vivió durante la época de Richelieu sino en la de Mazarino, y murió en 1673 durante el asedio de Maastrich cuando, igual que su homónimo de ficción, iba a recibir el bastón de mariscal.

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'Los tres mosqueteros' no es la narración de las aventuras de D’Artagnan, un joven ambicioso que llega a París montado sobre un caballo de color amarillo. Ni sus amores con Madame Bonacieux, ni la antipatía que despierta en Milady suscitan un auténtico interés. El verdadero tema en torno al cual gira la novela es la historia del conde de La Fère, oculto bajo el montañoso nombre de Athos y de su esposa, temible y pérfida. Athos podría aspirar a los más altos cargos del Estado pero ingresa en los mosqueteros. Tras algunos momentos de amargura, encuentra pilares inquebrantables: Porthos, que representa el acero, y Aramis, el ámbar. En su compañía, con unas cuantas botellas y unos dados sobre la mesa, la vida se hace soportable, aunque solo sea para jugar y durante unos instantes.

Athos, el personaje al que hay que escuchar cuando se lee 'Los tres mosqueteros'

D’Artagnan irrumpe en la vida de Athos resucitando al fantasma y así le devuelve la salud. Athos no es el peor; más bien lo contrario. Este hombre ultrajado, devastado por su terrible experiencia es digno de compasión. Athos no le pide nada a la vida. Le basta con la embriaguez de la desgracia y del recuerdo. Habrá quien diga que no resulta muy interesante, salvo para el público de la primera fila, pero Athos, junto a este rostro sombrío que guarda para sí mismo y para sus noches, propone un ejemplo bien distinto. Nada de lo que hace le supone un esfuerzo. Carece de ataduras, salvo las que se impone él mismo. El tiempo es para él un emblema maldito. Y es a Athos a quien hay que escuchar cuando se lee 'Los tres mosqueteros'.

'Los tres mosqueteros' es la aventura que late en cualquier corazón humano: voluntad ardiente, melancolía, fuerza un poco vana, amistad, elegancia sutil y galante, valentía, lealtad y ese tono de escéptica sabiduría, de pesimismo ligero o de templado optimismo que impregna el relato. Y no es otra cosa que el lúcido conocimiento de la condición humana con lo que esta tiene a un tiempo de despreciable y entrañable. Athos se burla de todo, encerrado en su desgracia, que es su religión; Aramis está muy ocupado; es un poco esnob y se ruboriza porque conoce a actrices famosas; Porthos es vanidoso. En medio aparece D’Artagnan, con su juventud, su pasión por la vida, buscando un sitio bajo el sol y llena de exaltación a estos tres hombres a punto de jubilarse: Athos en su casa, Porthos en el matrimonio y Aramis en la Iglesia.

Valentía, nobleza de espíritu, fuerza e inteligencia, las virtudes encarnadas en d’Artagnan y los tres mosqueteros

Como señala Arturo Pérez-Reverte, 'Los tres mosqueteros' es una novela folletinesca, sin duda. Un caudal de peripecias con todos los pecados propios de las obras de su clase; pero también un folletín ilustre muy superior a los niveles comunes al género, que permanece fresco y vivo, que dispara ecos, resortes íntimos en la imaginación y los sentimientos de quien se enfrenta a sus páginas, sumiéndolo en una aventura apasionante y haciéndolo correr, galopar sin aliento de la ruta de Calais a Belle-Isle, batiéndose en las posadas o en los caminos, esquivando el veneno y el puñal en los corredores del Louvre, amando, matando y muriendo en una aventura que en realidad no es sino la Aventura, como decía Robert Louis Stevenson refiriéndose a Dumas.

Como señala Abel G.M. en National Geographic, el hecho de que Dumas dé a Athos, Porthos y Aramis un papel destacado en sus novelas se debe probablemente a que en conjunto los cuatro encarnaban las virtudes de un caballero: la valentía (d’Artagnan), la nobleza de espíritu (Athos), la fuerza (Porthos) y la inteligencia (Aramis). 'Los tres mosqueteros' no pretende tener un valor histórico sino moral: heredero del romanticismo, Dumas proyecta en sus novelas la imagen idealizada del gentilhombre y de la época dorada de Francia, y transforma en héroes literarios a quienes posiblemente fueran soldados como otros. A la postre, el hecho de que d’Artagnan y los mosqueteros hayan perdurado con tanta fuerza en el arte y en el imaginario colectivo puede ser una prueba de que los mitos caballerescos, en cualquier época y lugar, sobreviven a aquellos en quienes están basados.

Este artículo contiene fragmentos de la introducción de Roger Nimier a la edición de Penguin Clásicos y del artículo de Arturo Pérez Reverte 'Cuatro héroes cansados' publicados en XL Semanal y en Zenda

 
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