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Fahim, niño de acogida: "Denuncié por maltrato a mis tíos con 13 años y nadie me escuchó. Benet me ha dado una segunda vida en una familia"

El acogimiento familiar se plantea como una alternativa frente al desamparo en el que se encuentran miles de menores que viven en centros

Vivir dos veces: la experiencia de crecer en una familia de acogida

Vivir dos veces: la experiencia de crecer en una familia de acogida

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Barcelona

Fahim (nombre ficticio) era un niño de apenas 13 años cuando una tarde se despidió de sus amigos y se dirigió hacia la comisaría de la Guardia Urbana en Ciutat Vella (Barcelona). En la puerta, rompió a llorar con el agente que le atendió. Iba a denunciar a sus tíos por haberle maltratado durante los más de cinco años que llevaba viviendo con ellos desde que llegó de Bangladesh. "La policía me llevó al Hospital del Mar para hacerme un chequeo, y como vieron que no tenía moratones, me devolvieron a casa de mis tíos. Fue muy duro", recuerda ahora, 18 años después, sentado en el comedor de la casa de Benet, su padre de acogida.

Llegar hasta ahí no fue fácil. Fue un profesor del instituto quien se percató de su situación y lo ayudó a denunciar nuevamente en los Servicios Sociales. Esta vez, acompañado de su maestro, sí lo escucharon, y Fahim pasó a vivir en un centro de menores donde conoció a su futuro padre. "Yo nunca me había planteado ser familia de acogida, pero entonces trabajaba en la Dirección General de Atención a la Infancia y cuando me fui del centro me planteé ayudar a aquel chaval de 13 años con el que había conectado tanto. La relación se hizo cada vez más intensa y ofrecimos nuestro acogimiento", relata Benet. Desde entonces, Fahim adoptó una segunda familia y una nueva oportunidad en la vida. Ahora, a sus 31 años, está casado, espera su primer hijo y trabaja como preparador físico en un club de tenis.

Su caso es solo un ejemplo de cómo funciona el servicio de acogimiento familiar. Un sistema basado en la creencia de que un menor tendrá una vida más próspera si crece en un hogar, que en un centro de acogida: "La idea no deja de ser paradójica: el acogimiento familiar es un síntoma de que la familia como institución fracasa. Si no, no habría niños desamparados. Por otro lado es una firme creencia en este modelo, que se confía como el mejor para la vida del niño", reflexiona Pepa Freiria, psicóloga clínica en el Servicio de Acogimiento Familiar Drecera, en Barcelona.

El acogimiento no es una adopción

Aunque existen diferentes modelos de acogida (temporal, permanente, de urgencia o de fines de semana, entre otros), hay aún mucha confusión en torno a esta figura de apoyo al menor. La principal diferencia con respecto a la adopción es la temporalidad con la que se entiende este servicio. En este caso, los menores sí tienen una familia biológica que, en caso de recuperarse, podrían volver a vivir con él. Es por esto que las familias de acogida no están solas en todo este proceso: el niño o la niña vive en sus casas, pero sigue tutelado por la administración y tiene un régimen de visitas con sus padres biológicos.

Esto quiere decir que los acogedores, por ejemplo, no pueden tomar todas las decisiones sobre la vida del niño, que sigue tutelado por la administración. Por ello, existen en este sistema diferentes asociaciones y cooperativas que trabajan como mediadoras entre todas estas partes para facilitar la acogida. "Tenemos muchas familias que llegan al acogimiento como un plan B porque han fracasado en la adopción", reconoce Vicenta Quiñonero, coordinadora del Servicio de Acogimiento Familiar Drecera: "Si bien es cierto que los requisitos que se les piden a estas familias son un poco más laxos, tenemos que mirar por que los acogedores puedan ofrecer una estabilidad a nivel laboral, familiar y emocional. No podemos ofrecerle una familia a un menor y que luego falle. No somos unos dispensadores de niños para aquellas familias que les falta algo", asevera.

Valentina Rojo Squadroni

Valentina Rojo Squadroni

Uruguaya de nacimiento, catalana de adopción y madrileña de acogida. Es redactora de 'A vivir que son...

 
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