Una historia lejana
"Me pareció advertir en ellos esos pequeños gestos de complicidad sonriente que delatan a las parejas más o menos felices. Supongo que ya habrán muerto ambos, pero quiero pensar que la vida les fue benévola hasta el final"
Barcelona
Hace bastantes años pasé, por motivos profesionales, unos diez días en Nuku-Hiva. Una isla del archipiélago de las Marquesas, en los mares del sur. Era un lugar hermoso, pobre y sucio. Por entonces tenía unos 2.000 habitantes.
Me alojé en una cabaña de la única pensión que había. El establecimiento pertenecía a una pareja ya mayor. Cocinaba él, un hombre bajito y sonriente empeñado en meter mucha vainilla en cualquier plato. Nuku-Hiva, en la era previa a internet y en época de lluvias, no daba para mucho entretenimiento. Pasé horas y horas charlando con la pareja.
Ella, estadounidense, procedía de Los Ángeles. Estuvo casada con un hombre que hizo fortuna y pudo retirarse a los 50. Compraron un velero y emprendieron la vuelta al mundo. El velero naufragó cerca de Nuku-Hiva. El marido sufrió un infarto mortal en pleno naufragio. Ella sobrevivió. Conmocionada, decidió comprar el terreno donde el mar había arrojado los restos del barco y quedarse allí para siempre. Montó un hotel modestísimo.
Necesitaba a alguien que la ayudara. Un día apareció por Nuku-Hiva un hombre de su edad, francés. Él no mintió sobre su pasado: había sido cocinero en París y había matado a un hombre a cuchilladas. Desde entonces huía.
Acabaron enamorándose. Se hablaban en una mezcla de inglés y francés. Me pareció advertir en ellos esos pequeños gestos de complicidad sonriente que delatan a las parejas más o menos felices. Supongo que ya habrán muerto ambos, pero quiero pensar que la vida les fue benévola hasta el final.
Porque quiero pensar que, como parece que les sucedió a ellos, aunque naufragues, aunque cometas el acto más terrible, la solución a los peores problemas de una persona puede ser simplemente otra persona.