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Venecia 2023 | 'Maestro': Bradley Cooper convierte el biopic de Leonard Bernstein en una historia de amor sin emoción

El actor y director, que podría haber acudido a Venecia pero ha decidido no hacerlo por la huelga, presenta su segunda largometraje, un relato algo deslavazado que se centra en la bisexualidad del compositor de West Side Story

Fotograma de 'Maestro', de Bradley Cooper / CEDIDA

Venecia

Solo existen dos o tres historias humanas, pero se repiten con tanta insistencia que parece que nunca antes hubieran ocurrido. La frase es de Willa Cather, escritora estadounidense, y viene de perlas para adentrarnos en el tema que trata Maestro, una de las películas más esperadas del Festival de Venecia, que no es más que una historia de amor con momentos buenos, malos y regulares. El encantamiento, la rutina, la ruptura y el final. Con ella, Bradley Cooper, ausente por la huelga de estrellas y de guionistas en Hollywood, firma su segunda película como director con la historia de Leonard Bernstein, director de orquesta y compositor judío, americano, que entre otras composiciones, creó la música de West Side Story, y de su esposa, Felicia Montenegro, una actriz chilena-costarricense que debutó en Broadway en la obra Swan Song.

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Maestro quiere alejarse todo el rato del biopic convencional y jugar a contarnos la historia de este matrimonio, concebido, como tantos otros en los años cincuenta, para toda la vida, y volcado en el arte, en la familia y en los amigos. Lo que tiene de inusual esta historia es que él es uno de los más directores de orquesta más reconocidos de Estados Unidos y que Bernstein era bisexual y rompió el matrimonio para empezar una relación con un hombre. Es curioso que, pese a esto, en la película no se mencione ni una vez la palabra homosexual. Tampoco sabemos siquiera qué opinaba su mujer al respecto, una brillantísima Carey Mulligan. Por supuesto, es una historia de amor que se cuenta sin una sola escena de sexo.

Sin embargo, Cooper despista más que otra cosa en una historia contada a retazos de una relación sentimental basada en el amor, pero también en las renuncias. Como todo matrimonio que se precie. El guion hace aguas a pesar de que Cooper utilice una cuidada puesta en escena, que toma referencias de Bergman, en esos planos abiertos para las escenas donde la pareja discute. Evita el plano y el contraplano para mostrar los enfados, de modo que nunca se posiciona ni con él, ni con ella, y quita dramatismo a los momentos más álgidos. Aunque intente no posicionarse en las escenas donde discuten, la historia no solo se repite, como decíamos al inicio, también se cuenta desde el mismo punto de vista, aunque el cartel promocional sea una imagen de ella. Es el hombre quien cuenta la historia de amor con la mujer. Bernstein, sentado en el piano, se lamenta ante una cámara de cuánto echa de menos a su esposa.

Cooper ha crecido como director, lo vemos en cómo transita en una escena a otra. En la delicadeza a la hora de presentar a los personajes en su primer encuentro, el uso del blanco y negro para reflejar la felicidad y el enamoramiento inicial que, como en cualquier pareja, va adquiriendo distintas tonalidades con el paso del tiempo. También en cómo usa la música del compositor y el Adagio de Mahler, director conocido también por su bisexualidad y cuya obra siempre reivindicó el propio Bernstein.

El problema es que el guion no acompaña las virguerías. No está claro qué nos quiere contar y se pierde entre tanta cosa. Por un lado, está la carrera como compositor y músico y su obsesión por ser brillante. Hay una idea interesante ahí, que no acaba por desarrollar: la de cómo un hombre que ha escondido toda su vida su identidad sexual, que se ha cohibido a ser quién es y a amar cómo quería, tiene difícil ser él mismo tras la partitura o sobre el escenario, frente a la orquesta. Sin embargo, el tema se resuelve en un par de diálogos entre el matrimonio. Tampoco aborda, aunque lo intuya, el peso de una mujer, que acepta la identidad de su marido, pero que renuncia, como todas, a su carrera por él, con la amargura que eso conlleva. Quizá lo más flojo es ese tercer acto, donde el melodrama emerge por todos lados y donde asistimos a la enfermedad y la muerte de ella y la redención de él.

El momento más emotivo lo logra el director con la conversación entre Bernstein y su hija, la actriz Maya Hawke, a quien niega su verdadera sexualidad. "Ese momento ocurrió, pero nunca supe por qué no me dijo la verdad. Siempre lo atribuí a que mi madre le pudo haber pedido que no lo hiciera, pero nunca lo sabremos", decía en la rueda de prensa de Venecia su hija, que escribió unas memorias, Famous Father Girl, que han servido de inspiración para el filme. Los herederos del músico han dado el visto bueno a la historia y hasta han dejado que la producción, impulsada nada menos que por Steven Spielberg, se instalara en su casa de Connecticut.

La larga lista de logros de Leonard Bernstein incluía varias sinfonías, la banda sonora de La ley del silencio, 16 premios Grammy, dos Tony y dirigir dos prestigiosas orquestas por todo el mundo. También fue un activista, junto con su esposa, por los derechos civiles, llegando incluso a impulsar un acto de apoyo a los Panteras Negras, aunque esa parte ni se menciona en el filme.

Producida por Netflix, Maestro es ya una de las opciones que suena para la temporada de premios. Una película que cumple con el gusto académico: cuidada puesta en escena, biopic de un personaje americano querido, reflexión sobre el arte, dramón familiar, momento emotivo y buenas interpretaciones. Quien se lleva la palma es Carey Mulligan, que logra robar las escenas al propio Bradley Cooper. Se nota que el actor, como ya hizo en su ópera prima Ha nacido una estrella, se esfuerza y se ha trabajado la mímesis con el personaje real. No solo por la polémica nariz, ya saben que ha sentado mal que se ponga una prótesis por considerar que es antisemitismo, sino porque también se mueve como el compositor, habla, ríe y hasta toca el piano. Interpretación esforzada y correcta, pero no para Copa Volpi. Un relato íntimo que insiste en esa idea conservadora de que la familia unida es lo único importante, ya saben, una de esas narraciones repetidas con tanta insistencia que parece que nunca antes hubieran ocurrido.

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