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Opinión

Se trata de encender la luz

El corporativismo mal entendido, el no señalar con nombre y apellidos a quien convierte esta profesión en una pocilga, es un error que nos ensucia a todos y que lleva a muchos ciudadanos a decir que todos los periodistas son iguales. No lo son

La línea 25 | Se trata de encender la luz | Idafe Martín

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Madrid

La Línea 25 podría hoy hablarles de las últimas burradas machistas o las últimas encuestas manipuladas publicadas en la 'fachosfera', pero esta columna se despide hoy y quiere hacerlo pidiendo que el periodismo abra las ventanas, saque la basura, cambie las sábanas y esas cosas que hacen ustedes en casa.

Se dice que esta columna, heredera de otra publicada en el diario 'El País' durante la última campaña electoral, es estalinista, totalitaria y que se dedica a señalar para mal el trabajo de colegas, que eso no se hace niño, que eso está feo.

En las redacciones de casi todos los medios españoles está generalizada una práctica que podríamos llamar de "perro no muerde perro".

La defienden quienes llevan años o décadas publicando mentiras sin que nadie les señalara esas mentiras y que se dicen censurados, no porque se les censure, sino porque se les critica en público, una práctica que el periodismo anglosajón hace sin dramas desde hace décadas. Para ellos la defensa de lo publicado en el propio medio, por mentiroso que sea, es sagrada. Esa mala praxis periodística, de barrer la mugre bajo la alfombra, que ha ido creciendo con la llegada de los digitales de la 'fachosfera' y en ocasiones también de la 'rojosfera', daña a la profesión y a la convivencia política. Además, duele en los ojos.

El corporativismo mal entendido, el no señalar con nombre y apellidos a quien convierte esta profesión en una pocilga, es un error que nos ensucia a todos y que lleva a muchos ciudadanos a decir que todos los periodistas son iguales. No lo son. La mayoría son decentes. Mejores o peores escribiendo, mejores o peores analizando la realidad, más o menos brillantes, pero decentes.

La crítica a la suciedad es difícil y puede salir cara. Nadie quiere broncas, muchos no quieren señalarse. No te metas en fregados, te dicen. La mayoría no son estrellas con grandes sueldos. Muchos tienen niños, hipotecas.

La censura a veces pasa por una llamada a tu jefe para que te calles porque señalas los bulos y ridiculizas en Twitter a quien lleva al menos desde 1999 contando que nos van a quitar los fondos europeos. O por alguien que pide en antena a tu jefa, llamándola por el nombre de pila, que te quite la columna. Dos tiros por la culata.

La piara se defiende pataleando boca arriba, inmóvil en el fango. Hace falta ser valiente para hacer crítica de medios cuando no debería hacer falta. Aunque si no eres valiente, también sirve ser un inconsciente. Debemos, y con más razón después del caso Rubiales, hacer ese trabajo.

No se trata de pisar cucarachas. Se trata, como decía Kapuscinski, de encender la luz para que la gente vea cómo las cucarachas corren a esconderse.

 
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