A vivir que son dos díasLa píldora de Elena Medel
Opinión

La realidad de la pasta o el pollo

“Y sin embargo aquel pasajero nos sostenía en el aire, sobre el océano, y nos vinculaba con nuestro lugar de origen: un país y unas circunstancias, un pasado y un tiempo por venir”

Las elecciones del domingo las viví en un avión. Al otro lado del pasillo, nada más despegar, un hombre seleccionó en la pantalla esa opción que muestra cómo la ruta sigue una línea entre la ciudad de salida y la de destino, y la mantuvo fija durante trece horas, sin distraerse más que para recolocar la manta en torno a su cuerpo o ir al baño. Ni películas ni juegos: me intrigó, y me convertí en la pasajera que miraba al pasajero que miraba en la pantalla un montón de píxeles que se suponía que nos representaban. A cada vez más miles de kilómetros alguien votaba o se abstenía o introducía en el sobre una papeleta que sí pero que no, y allí —aquí— nos limitábamos a escoger entre la pasta o el pollo, las azafatas bajaban la ventanilla para obligarnos al sueño. Nos entregábamos a una realidad más cómoda, acaso más feliz. Y sin embargo aquel pasajero nos sostenía en el aire, sobre el océano, y nos vinculaba con nuestro lugar de origen: un país y unas circunstancias, un pasado y un tiempo por venir. Aquel pasajero resistía: nada debe ser tan fácil, todo exige un esfuerzo, un compromiso. Al aterrizar encendimos los teléfonos, nos llegaron ya los mensajes desde la realidad. Mientras avanzábamos, rumbo a la salida, el hombre se mantuvo en su asiento, vigilando que el dibujo del avión coincidiese con el punto de llegada.

 
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