Elecciones 23 de julio

Opinión

Manual de resistencia (Temporada 3, capítulo 1)

Gana el PP, pero en realidad pierde; Sánchez pierde, pero es el gran vencedor; la ultraderecha de Vox se 'ultrahunde' y Sumar se erige en pieza clave en una posible gobernabilidad de la izquierda

El presidente del Gobierno y líder del PSOE, Pedro Sánchez (c), tras los resultados electorales. / Rodrigo Jiménez (EFE)

El presidente del Gobierno y líder del PSOE, Pedro Sánchez (c), tras los resultados electorales.

Madrid

Pedro Sánchez lo tenía todo en contra. Todo. Venía de perder casi todo el poder autonómico y municipal en las elecciones de mayo, mantuvo hasta el último minuto el rechazo —tantas veces visceral, casi siempre deshonesto— de muchos medios de comunicación, tenía todas las encuestas en contra, venía de caer estrepitosamente en el único cara a cara electoral y contaba con un rechazo popular ruidoso, ofensivo y en muchos puntos despreciable.

Todos estos elementos contribuyeron a que, sobre todo en la primera semana de campaña, a Sánchez se le pusiera cara de perdedor, de perro degollado que acudía al matadero como un autómata que pide el final de partido de forma agónica. Le queda a Sánchez el último mordisco.

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En el otro lado, la soberbia no sólo del que se sabe ganador, sino que cree con firmeza que va a arrasar. Tan seguro estaba el PP y Feijóo de la victoria que se permitió ciertos desprecios: a su potencial socio de gobierno, a determinados medios de comunicación, a la propia democracia propagando insidias sobre el voto por correo y, sobre todo, a los españoles: entre seis debates electorales y uno hay, por ejemplo, tres. Fue a uno, y pese a ganarlo, decidió hurtar a los ciudadanos de más 'cara a cara' en los que debatir sobre proyectos de país, plantear líneas programáticas y definir potenciales coaliciones. Para qué, si iba a arrasar. Al final la cara de perdedor, pese a ganar, se le ha quedado a Feijóo.

Los resultados dibujan un escenario tan complejo como endiablado: gana el PP (136 escaños, 8 millones de votos) pero en realidad pierde; Sánchez pierde (122 escaños, 7,7 millones de votos) pero es el gran vencedor; la ultraderecha de Vox se ultrahunde (33 escaños y tres millones de votos) y Sumar se erige con sus 31 escaños y tres millones de votos en pieza clave en una posible gobernabilidad de la izquierda.

Mucha incertidumbre que contrasta con unas cuantas certezas: el bipartidismo gana 49 escaños, hasta el 64% del voto, el verano no ha incidido sobre la participación (70,3%, cuatro puntos más que hace cuatro años: ¿se acuerdan del calor?), el PP se hace con la mayoría absoluta en el Senado y, sobre todo, que el futuro de cualquier gobierno pasa por Junts. Es decir, por Puigdemont. No es realista pensar que vayan a apoyar un Gobierno de PP y Vox ni en primera ni en segunda vuelta con una abstención. Si es la izquierda la que le pide sus escaños, los de Puigdemont los va a poner tan caros que a priori no parece viable que la propuesta pueda prosperar. La repetición electoral es, por tanto, una opción realista.

Han sido muchos los errores de Feijóo para darse de bruces con la realidad. El principal, no conocer el país que quería gobernar hasta el punto de creer que el involucionismo que significaba Vox podía abrazarlo el PP como quien se aferra a un oso de peluche. Los gobiernos en la Comunitat Valenciana o en Extremadura, tan mal resueltos en tiempo y forma, constataron que los populares estaban dispuestos a borrar cualquier línea roja con tal de gobernar. Fue un fallo colosal, por supuesto, dar por amortizado ese matrimonio de conveniencia. Su ausencia en el debate a cuatro abrió el campo para que todos los españoles pudieran ver qué podría significar —en retroceso, en restricciones de libertades y en amargura— una coalición con el partido de Abascal. Su presencia, al menos, hubiera podido atemperar las pulsiones ultras de Abascal. El segundo gran error: basar su campaña en la mentira y en algo tan vaporoso como el antisachismo. Tomar a los españoles por niños es una jugada que nunca sale bien.

Ese debate a cuatro que al final fue a tres ejerció de motor para Yolanda Díaz y Sumar, un espacio de ilusión para la izquierda que antepone la gobernabilidad del país a las aspiraciones y las cuitas personales. Mantener la unidad de la formación es el gran reto para los próximos años.

El desplome de Vox, que pasa de 52 a 33 escaños y ya se intuía desde las elecciones en Castilla y León, es sin duda la noticia más alentadora de la jornada electoral a corto y medio plazo. Los españoles han construido un muro de contención que bloquea la entrada de la ultraderecha en la gobernabilidad del país y constituye el gran obstáculo para que Feijóo pudiera llegar a los acuerdos que necesita con otros socios.

Por eso, sólo cabe gritar un orgulloso ¡Viva España!

Guillermo Rodríguez

Guillermo Rodríguez

Guillermo Rodríguez es director de los Servicios Informativos de la Cadena SER y contenidos digitales....

 
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