Tic tac
"Nos atrae el suspense. No se sientan mejores por haber sufrido con los del sumergible: han asistido a un espectáculo, y ya"
Barcelona
No sé si recuerdan a Omayra. Posiblemente no. Omaira Sánchez Garzón, se llamaba. Tenía 13 años. Todo esto no les dice nada. Pero si les hablo de la niña colombiana que en noviembre de 1985 agonizó ante las cámaras de todo el mundo, sumergida en lodo hasta la barbilla, con las piernas atrapadas por el cadáver de su tía, seguro que algo se despierta en su memoria. Sí, esa niña. No encontraron forma de sacarla de entre el barro y los escombros de su casa. Su muerte televisada en directo duró 60 horas.
Les cuento esto para hablarles del negocio del espectáculo. Esta semana la desaparición de un sumergible precario, con unas personas a bordo que habían pagado mucho dinero para descender hasta el pecio del Titanic, ha captado la atención del público. Ha sido un negocio. Pronto habrá serie y documental. Ahora ya sabemos que esas personas han muerto. El caso nos ha interesado, dicen, porque es una tragedia de millonarios.
Eso es falso.
Lo del sumergible del Titanic se ha comparado con los continuos naufragios de inmigrantes. Dicen que esas muertes, que son millares y millares, no nos interesan porque se trata de personas pobres.
Eso también es falso.
La niña Omayra nos interesó y era pobrísima.
Lo que nos atrae en estos casos son los elementos dramáticos, y al decir “dramáticos” me refiero a los recursos que utiliza el teatro. Sean conscientes, por favor, de que asistimos a estas cosas terribles como si fueran un espectáculo. Y para captar la atención no hay nada como una cuenta atrás: el oxígeno se acabará en 40 horas. 20 horas. Cinco. Tic tac. Tic tac. ¿Por qué el asesinato de Miguel Ángel Blanco nos impactó más que otros asesinatos de ETA? Porque los asesinos habían marcado un plazo para disparar el tiro en la nuca. La cuenta atrás. Tic tac. Tic tac.
Somos eso. Somos el público. Nos atrae el suspense. No se sientan mejores por haber sufrido con los del sumergible: han asistido a un espectáculo, y ya.
Quizá no sepan que la tumba de Omayra, cerca de Armero, donde vivió y murió, se ha convertido en un lugar de peregrinación. Hay quien quiere hacerla santa. Si acuden al lugar verán que junto a la lápida instalan diariamente una pantalla gigante que reproduce de forma continua los vídeos de su agonía. Cuando los peregrinos están lo bastante blandos y ya lagrimean, quienes se ocupan del negocio pasan la gorra y sacan un dinerillo.
La gente somos así. Prefiero no decir nada más.