'La tía Julia y el escribidor', el melodrama como obra de arte
Una obra divertidísima, tierna y con una potente visión social, que narra la historia de un creador de radioteatros inolvidable
'La tía Julia y el escribidor', el melodrama como obra de arte
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Mario Vargas Llosa nació en Arequipa (Perú) en 1936. Es el autor de 'La ciudad y los perros', 'La casa verde', 'Conversación en La Catedral', 'La guerra del fin del mundo', o 'La Fiesta del Chivo', por citar solo obras maestras. También ha escrito obras de teatro, relatos, estudios, ensayos, y libros de memorias. Ha obtenido los más importantes galardones literarios, desde el Premio Nobel en 2010, hasta el Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias, el PEN o el Cavour.
'La tía Julia y el escribidor' se publicó en 1977. Podría ser un libro de memorias, el de su primer matrimonio y cómo se convirtió en escritor, pero cuenta también la historia de un creador de radioteatros inolvidable. Es divertidísima, tierna y con una potente visión social, un disfrute de principio a fin.
La rebeldía, la obsesión, el racismo o el clasismo, temas muy presentes en esta novela
Como señala 'El estante literario' es importante definir los fondos de 'La tía Julia y el escribidor' como la rebeldía y la obsesión: Varguitas es un rebelde frente a la cerrada estructura familiar con fuertes tradiciones religiosas y conservadoras, enfrentada de pronto a la decisión de uno de sus hijos de casarse con su tía política; Pedro Camacho, por otro lado, es también un rebelde contra la sociedad y los cánones de la alta literatura. El escriba no lee, no necesita salir o viajar para inventar sus historias, no comparte los convencionalismos sociales y está encerrado en su mundo. Se obsesiona con los radioteatros, sus actuaciones, su misión artística y sus personajes, hasta llegar al punto de la locura. La tía Julia también se subleva frente a su condena de ser divorciada, al fracaso de su matrimonio, y a los preceptos de su hermana Olga, lo que la convierte también en una rebelde.
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'La tía Julia y el escribidor' relata como en una sociedad que busca mantener "las buenas costumbres" en una dictadura conservadora y autoritaria, en unas familias de costumbres rígidas y cerradas, siempre se filtra o se esconde la sublevación, la abyección. Así, el racismo, el clasismo y la segregación abundan en la familia, en la ciudad de Lima y en el país entero: la familia busca mantener su nombre y su tradición, escondiendo y previniendo "escándalos"; también está la ciudad que encuentra en las historias de ficción su salida a lo diferente, a la aventura y a la lascivia, y que, sin embargo, no se da cuenta de que es desde ella misma de quien surgen todas las bochornosas aventuras, pues Camacho es un vocero de la realidad en sus ficciones narradas.
La curiosidad de los capítulos nones y pares
En 'La tía Julia y el escribidor' los capítulos nones están dedicados a la novela y pueden leerse de manera continua, mientras que los capítulos pares cuentan las historias que escribe Pedro Camacho y que se convierten en radioteatros de éxito (algo que nosotros no os hemos contado, pero que son historias deliciosas, divertidas, y cada vez más complejas, muchas de ellas con un gran trasfondo social). Contienen historias muy particulares e intrigantes con conflictos morales donde una persona debe decidir, por ejemplo, la vida o muerte de un vagabundo que cometió un delito sin intención; el castigo a un presunto parricida que niega su culpa, pero todos los hechos señalan lo contrario; o continuar o terminar un embarazo cuya madre es descubierta en su boda y cuyo novio no es el padre del futuro hijo o hija, entre otras situaciones.
Mario Vargas Llosa señala en el prólogo de 'La tía Julia y el escribidor' que comenzó la novela en Lima, a mediados de 1972 y continuó escribiendo, "con múltiples y a veces largas interrupciones", en Barcelona, La Romana (República Dominicana), Nueva York, y de nuevo Lima", donde la terminó cuatro años después. "Me la sugirió un autor de radioteatros que conocí de joven, al que sus melodramáticas historias devoraron el seso por un tiempo. Me costó trabajo dar una forma aceptable a aquellos episodios que, sin serlo, parecieran los guiones de Pedro Camacho, y volcar en ellos los estereotipos, excesos, cursilerías y truculencias característicos del género, tomando la distancia irónica indispensable, pero sin que se volvieran caricatura. El melodrama ha sido una de mis debilidades precoces, atizada por las desgarradoras películas mexicanas de los años 50 y el tema de esta novela me permitió asumirlo, sin escrúpulos".