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'Carta de una desconocida', una pequeña obra maestra sobre el amor como obsesión

Una novela delicada y terrible en la que descubrimos un amor que nos sorprende y nos emociona

'Carta de una desconocida', una pequeña obra maestra sobre el amor como obsesión

'Carta de una desconocida', una pequeña obra maestra sobre el amor como obsesión

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Stefan Zweig nació en Viena en 1881. En 1942 se suicidó en Brasil, en Petrópolis, junto a su segunda esposa. Era hijo de un poderoso industrial textil, se crio en una acomodada familia de origen judío y recibió una esmerada educación, doctorándose en Filosofía en 1904.

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Fue un escritor enormemente popular, tanto en su faceta de ensayista, poeta y biógrafo como en la de novelista. Su capacidad narrativa, la pericia y la delicadeza en la descripción de los sentimientos y la elegancia de su estilo lo convierten en un narrador fascinante, capaz de seducirnos desde las primeras líneas. Ante el estallido de la Primera Guerra Mundial, abrazó el pacifismo y se exilió en Suiza, donde se estableció como corresponsal. En 1934 huyó de Austria por el auge del nazismo, y se refugió en Londres.

En 1944, aparecería su maravillosa autobiografía, 'El mundo de ayer', una auténtica obra de arte que todo el mundo debería leer. 'Carta de una desconocida' se publicó en 1922, un año en el que Zweig publicó seis obras. Es una novela delicada y, a la vez, terrible. Dejarse llevar por la carta de esta mujer es descubrir un amor que nos sorprende y nos emociona.

La sorpresa bien medida y dosificada nos mantiene en constante alerta

En 'Carta de una desconocida' el descubrimiento de los acontecimientos por parte del lector se realiza a la vez que lo descubre el personaje receptor de la carta. No es una novela de gran acción, pero se mantiene el enigma de ir descubriendo las circunstancias de la mujer y del caso. Al principio, parece una simple admiradora de un escritor pero, poco a poco, descubrimos sorpresas en su relación. La sorpresa bien medida y dosificada a lo largo de esta pequeña obra maestra es algo prodigioso que nos mantiene alerta e interesados. Pero si solamente existieran estas sorpresas no nos interesaría tanto. Es la sorpresa unida a la inteligencia del personaje lo que nos atrae verdaderamente.

'Carta de una desconocida' tiene muchas cosas que destacar, entre ellas el modo en que la prosa o las precisiones a la hora de reflejar la obsesión amorosa se presentan con una fraseología diversa, unos conceptos que, a la vez que sencillos, no resultan monótonos, sino variados y matizados, un modo de expresarse que revela inteligencia y fondo cultural. La primera persona dibuja a una mujer con criterio e intelectualmente capacitada, atractiva por su interés intelectual. La prosa se mantiene fuerte gracias al manejo de conceptos y psicología de personajes.

Un alma atormentada que acaba seduciendo al lector

El mismo Stefan Zweig dijo que el "inesperado éxito" de sus libros provenía de "un vicio personal" y apuntaba que era un lector impaciente y de mucho temperamento: "Me irrita toda facundia, todo lo difuso y vagamente exaltado, lo ambiguo, lo innecesariamente morboso de una novela, de una biografía, de una exposición intelectual. Solo un libro que se mantiene siempre, página a página, sobre su nivel y que arrastra al lector hasta la última línea sin dejarle tomar aliento me proporciona un perfecto deleite. Nueve de cada diez libros que caen en mis manos los encuentro sobrecargados de descripciones superfluas, diálogos extensos y figuras secundarias inútiles que les quitan tensión y les restan dinamismo".

En 'Carta de una desconocida', Zweig mide mucho el uso de las técnicas. Tiene muy presente que si el personaje de la mujer debe reflejar inteligencia, también debe moderarse en sus arrebatos. Es muy fácil caer en la trampa de construir un personaje excesivamente obsesivo que el lector no respete. Si no tiene la medida, no es ya la verosimilitud la que se resiente, sino la identificación con el personaje y el gusto por la obra. Zweig quiere en 'Carta de una desconocida' que el lector se identifique con la obsesión, que no lo considere una patología, sino un acto de romanticismo. Por ello, tiene la precaución de moderar su expresividad sin dejar de mostrarla. La obsesión es claramente patológica, pero nos seduce esta alma atormentada a la que compadecemos, pero no despreciamos.

En este artículo se citan fragmentos de una entrada del blog de Moisés de las Heras, 'Lluvia en el mar'

 
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