Malos tiempos
"Prescindan de las exageraciones y de los mensajes apocalípticos y valoren el hecho de que podemos votar en un país bastante tranquilo"
Madrid
Estuve en la presentación madrileña de un libro de Mar Padilla sobre el asalto al Banco Central. Habrá mucha gente que no sepa qué fue todo aquello. El 23 de mayo de 1981, exactamente tres meses después del 23-F, unos tipos tomaron un gran banco en Barcelona y se hicieron con más de 200 rehenes, exigiendo la liberación de Tejero.
El gobierno dio por supuesto que los asaltantes eran guardias civiles. Las cosas estaban tan mal que llegó a redactarse el decreto de disolución de la Guardia Civil. Luego resultó que eran simples chorizos, quizá empujados (o quizá no) por alguno de los múltiples agentes secretos de corte fascista que pululaban por el país.
En el diálogo entre la autora y la audiencia quedó claro que 1981 fue un año muy bestia. Como lo fueron los anteriores y los posteriores. Entre 1973, cuando ETA reventó con una bomba al almirante Carrero Blanco, presidente del Gobierno y presunto sucesor de Franco, y 1985, cuando España ingresó por fin en las Comunidades Europeas, vivimos acongojados. Golpismo, terrorismo, delincuencia, inflación por encima del 20% anual, desempleo: las vimos de todos los colores.
Ahora está empezando una larga campaña electoral que durará casi todo el año. Y escucharemos una y otra vez a los que quieren salvarnos del PP, a los que quieren salvarnos del PSOE y a los que, simplemente y en general, quieren salvarnos. Dirán que España se hunde, que estamos en las últimas, que atravesamos nuestra época más negra.
No se lo tomen muy en serio. Prescindan de las exageraciones y de los mensajes apocalípticos y valoren el hecho de que podemos votar en un país bastante tranquilo. España ni se rompe ni se hunde. De hecho, lo único que se ha roto en la pasada década ha sido la clase media, dividida entre quienes poseen patrimonio (clase alta) y quienes sin su sueldo se quedan en la calle (clase trabajadora); y lo único que se ha hundido ha sido el poder adquisitivo de los asalariados.
Y de esa ruptura y de ese hundimiento, me temo, ya no nos van a salvar ni los unos ni los otros.