Calibrar la corrupción
Estos barros de la corrupción, además de eternos, son insidiosos. Son como la tirita del capitán Haddock, que sobre todo no quieres que se te enganche al brazo, como una lapa

Barcelona
Excúsennos, aunque solo sea un poco, a los periodistas. Estos barros de la corrupción, además de eternos, son insidiosos. Son como la tirita del capitán Haddock, que sobre todo no quieres que se te enganche al brazo, como una lapa.
Excúsennos porque el tema nos suele saturar. Porque sin quererlo, podemos provocar mucho daño. Porque a veces nos es difícil calibrar bien entre la cantidad de un pufo y la baja cualidad moral del protagonista. Parece que todo está autorizado, y que la norma sea el antiquísimo “agua va”.
Pero no es así. Hagámonos preguntas. Los que hablamos por la antena, y los que escuchan, y se inquietan, o se enfadan, con razón: ustedes. ¿Es lo misma una sisa de 5.900 euros, como se le imputa al diputado socialista canario, al que nadie pide prisión; que una hucha de 61.000 euros sin control, como se le encontró al general de la Guardia Civil en una caja de zapatos, al que sí; ambos trenzados por el fatídico caso “Mediador”? ¿O las consideraciones morales, sobre el abuso y la prepotencia que nos inclinan a ser más severos, y no digamos a algunos jueces?
¿Son más graves esas irregularidades, que las del magistrado presidente de la Audiencia Nacional, José Ramón Navarro, que ejercía como consejero áulico del (presunto) corrupto número dos de Interior en tiempos del inefable Jorge Fernández Díaz? ¿Es más indigno el prostibulario de base que el exministro, que antes del afiliarse a Opus Dei, frecuentaba el mismo tipo de camas de pago?


Xavier Vidal-Folch
Periodista de 'EL PAÍS' donde firma columnas y colaborador habitual de la Cadena SER, donde publica...