Guerra
"Por fortuna, la palabra guerra la manejamos en nuestro día a día, casi siempre, en sentido incruento. Hablamos de guerra de cifras, de precios o de nervios. También nos sirve para referirnos a enfrentamientos personales, profesionales, políticos o deportivos, en los que se producen declaraciones de guerra, guerras abiertas o guerras a muerte"
Madrid
La palabra guerra, oh sorpresa, no nos llegó del latín. Tiene origen germánico (werra) y, en la batalla léxica, tuvo la capacidad de orillar al bellum romano, que quedó en castellano para nombrar a belicosos y beligerantes y el calibre de un tipo de munición tristemente popularizada por ETA: los 9mm parabellum.
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Por fortuna, la palabra guerra la manejamos en nuestro día a día, casi siempre, en sentido incruento. Hablamos de guerra de cifras, de precios o de nervios. También nos sirve para referirnos a enfrentamientos personales, profesionales, políticos o deportivos, en los que se producen declaraciones de guerra, guerras abiertas o guerras a muerte. Cuando nos invaden las dudas, nos enfrentamos a una guerra interior. Y el guerrero ha quedado para nombrar al niño travieso, al que nos da guerra.
Es posible que este uso metafórico de la palabra haya sido una forma de conjurar el conflicto sangriento, como lo hacemos cuando enfrentamos la guerra con las armas del humor. Ayer El Mundo Today nos contó que el Gobierno, tras subirles las cuotas, mandará a autónomos a combatir a Ucrania. Y seguramente sea difícil encontrar un mejor manifiesto antibelicista que el genial monólogo de Gila que arrancaba con una pregunta surreal: ¿está el enemigo?
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