Árbitro

Madrid

Hoy ha desvelado la SER que el Barça pagó 1,4 millones de euros entre 2016 y 2018 a quien era vicepresidente de los árbitros. Y la información nos sirve como pretexto para fijarnos en la palabra árbitro y en su nutrida familia, que nos llegó del latín y es tan polémica como algunos árbitros. Porque el árbitro es la persona, con autoridad reconocida, que intermedia en un conflicto, en una disputa. Y aunque se supone que su acción debe estar guiada por el reglamento, a la justicia o el mero sentido común, resulta que lo arbitrario no responde a esos cánones, sino a aquellas acciones sujetas al capricho antes que a la ley o la razón.

Sucede lo mismo con el arbitrio, que es la facultad humana de adoptar una resolución con preferencia a otra, pero con cierto criterio, y a la vez es la voluntad no gobernada por la razón, sino por el apetito y capricho. De ahí viene la arbitrariedad. La misma que hizo que, aunque el femenino árbitra estaba en el diccionario desde 1884, cuando la palabra nombró a comienzos del siglo XX a quienes dirigían una competición deportiva, los académicos decidieron que fuera solo en masculino. Por su libre albedrío. Por cierto, que la palabra albedrío, que bebe de la misma etimología, tiene las mismas contradicciones que la familia arbitral. Porque albedrio, como arbitrio, es la voluntad no gobernada por la razón, sino por el capricho. Sin embargo, el libre albedrío, que tendría que ser por lógica el despiporre del antojo, es, sin embargo, la potestad de obrar por reflexión.