Sundance 2023 | Alexander Skarsgård protagoniza 'Infinity pool', un White Lotus terrorífico contra los turistas
El director Brandon Cronenberg firma la película más perturbadora del festival con una crítica a los resorts de vacaciones y al turismo llena de imágenes impactantes
Park City
La sociedad neocapitalista es tan terrorífica que no necesita inventarse monstruos o fantasmas o extraterrestres para condensar sus miedos. Las fobias son reales, están en lo más cotidiano, incluso en los momentos de ocio y relajación. Lo sabe bien Brandon Cronenberg, el director canadiense que lo aprendió de su padre, David Cronenberg, cineasta de culto donde los haya. En Infinity Pool, película presentada en el Festival de Cine de Sundance, en la sección Midnight, donde comparecen las cintas de género, nos adentra en lo oscuro y malvado que hay en los resorts pijos de vacaciones.
Quienes hayan disfrutado de lo luminoso de The White Lotus, tienen aquí la contrapartida turbia. De hecho los cuatro protagonistas del filme bien podrían ser persoanjes de la serie de HBO Max que acaban desquiciados de convivencia. Alexander Skargsgard y Cleopatra Coleman son una pareja que acude a descansar y a buscar inspiración. Él es un escritor que no pasa por su mejor momento, ella su pareja paciente a su lado. Allí conocen a una simpática pareja, Mia Goth -musa del cine de terror y espectacular en esta película- y Thomas Krestchmann con los que deciden salir del resort en ese país donde las tasas de violencia son muy elevadas y donde los turistas peligran fuera de las vayas y las alarmas de los hoteles de lujo. Pero allá que se van.
El planteamiento es sencillo, lo hemos visto mil veces. Los pijos occidentales hacen picnic, beben y cogen el coche y atropellan a un ciudadano local y se dan a la fuga pensando en cómo sería una cárcel en esa isla paradisíaca. Y ahí es donde empieza la marcha. Brandon Cronenberg coge ese accidente para meternos en toda una dinámica de terror y surrealismo que ocurre en ese resort, una Marina D'or pero en bien.
La primera locura es que para salvarse de la cárcel al personaje del escritor, el de Skargsgard le ofrecen entrar en un programa de dobles, es decir, crear un doble, un doppelgänger, para que sea éste quien cumpla condena, en este caso, la ejecución. Hasta para eso tienen más suerte los turistas con dinero. Pero, no todo es tan bonito como lo pintan las leyes, pues la película se vuelve en ese momento todo un thriller de venganza. La que ejercen los habitantes pobres que trabajan esclavos para turistas ególatras y ricos.
Imágenes psicodélicas y oscuras que contrastan con los paisajes paradisíacos del lugar que encierra a estos personajes. El director no escatima escenas de violencia, como la ejecución del propio personaje, sangrienta y violenta. Para superar todo eso, los personajes acaban en orgías y drogas, entrando en una situación casi onírica, el mismo ambiente que influye el director al filme, que recuerda al cine de los 70 con una paleta de colores armónica que se rompe con la sangre de las escenas violentas y con el horror corporal que ha heredado de su padre. Prótesis y más prótesis ayudan a adentrarnos en esta locura de submundo perverso que propone el creador de películas como Possessor y Antiviral.
Hay quien puede ver algo de vacío en Infinity pool, pero la crítica al turismo y a la diferencia de clases está ahí, es obvia y evidente. Por ejemplo, ese souvenir turístico que le dan al protagonista: las cenizas de su otro yo ejecutado delante de todos. Dice Cronenberg, experto en mezclar tecnología, ciencia ficción y terror en su cine, que todo surgió de un viaje que hizo a República Dominicana, donde los turistas trataban el país como el patio trasero de su casa, donde dejar lo feo y la basura. En realidad, eso podría ser también una metáfora de cómo Occidente, Estados Unidos y Europa, ha tratado a los países más pobres. Esos resorts son una especie de Disneyland, donde no se ve la explotación que hay detrás.
Es en la parte final del filme donde Croennberg nos lleva hasta el extremo de locura y de giros de guion que, por un lado, son totalmente hedonistas y disfrutables, pero por otro lado hacen que nos alejemos del planteamiento principal de la historia. Locuras como la escena en la que vemos a Skarsgard luchando contra una versión desnuda de sí mismo, por ejemplo. La película tiene toques del cine de su progenitor, es obvio, pero también de Eyes wide shut, la última de las películas que rodó Kubrick. Otra escena memorable es la de Mia Goth con botella de vino y pistola leyendo las críticas negativas encima de un coche que tuvieron las novelas del escritor.
Aparecen las perversiones morales y sexuales de cada uno, como la idea de presenciar su propio funeral, de estar por encima de uno mismo o de la ley y hacer lo que sea durante un espacio de tiempo. Hay algo muy carnavalesco en el filme y no solo por esas máscaras que usan los protagonistas. Esa idea de un tiempo fuera en el tiempo, que decía el profesor Adrados, que supone la fiesta y el carnaval, donde el orden moral y social queda suspendido por un tiempo, donde se puede beber y hacer lo que uno quiera. No iba Adrados tan lejos como este director, pero algo de esa sensación hay, algo de estar por encima de la ley de un país gracias a ese clon, pero a la que te ata indisolublemente a ese país. Una tormentosa reflexión en un filme delirante, excesivo y divertidísimo.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...