Navidades insostenibles

Madrid

Hemos vuelto a todas las costumbres anteriores a la pandemia, las buenas y las malas. Como las promesas que se hacen cuando se pasa por un momento difícil, no hemos cumplido aquello de "salir mejores" no porque a título individual estemos tan definitivamente determinados por nuestros patrones de conducta sino porque somos parte de un sistema. Este sistema, no solo no ha cambiado sino que ha vuelto con más fuerza a los peores vicios. Es el capitalismo neoliberal ciego ante los devastadores efectos que tiene en la salud de su principal fuerza, que somos las personas y de su principal fuente de recursos, que es el planeta.

Así ya estamos otra vez con unas navidades de consumo desaforado, comprando cosas que no necesitamos, vistiendo esos trapos de un solo uso que acabarán en el vertedero de algún país pobre. Se explotan los recursos necesarios para fabricarlos, luego a las trabajadoras que los cosen, a los transportistas, a las dependientas que los venden y, por último, a las consumidoras a quienes, mediante seductores diseños, se las insta a gastar parte de su ya reducido salario en ropa que no llega a ser ropa o infinidad de productos derivados del petróleo con los que embellecer rostros, cuerpos o cabello.

Pero la fiebre consumista se enseña desde la más tierna infancia, cuando pasamos de regalar algo que los críos necesitaban para que los parientes cercanos aliviaran la economía familiar a darles catálogos de trescientos páginas para excitar sus ansias de posesión. Una posesión que en la mayor parte de los casos proporciona una satisfacción efímera, instantánea y que les deja con una enorme sensación de vacío. Como madre he de confesar que he perdido todas las batallas de esta guerra: tantas películas americanas de niños traumatizados porque no llegaba el regalo a tiempo, tantos complejos de clase, me han llevado a rendirme ante el embate constante, tenaz y hegemónico del mercado. Y me temo que no soy la única.