Pan

Madrid

Pocos tríos de letras han dado tanto de sí en nuestra lengua. Lo encontramos en la pandemia, porque pan en griego significaba todo y una pandemia es una enfermedad que afecta a “todo el pueblo”. Se esconde el pan en el pánico, por el miedo atroz que suscitaba el dios griego llamado Pan cuando desplegaba su furia. Y después está el tercer pan, a secas, que nos llegó del latín panis y que ya nombraba el comestible que hoy conocemos. Y este último pan tiene miga.

Porque da nombre al alimento, a esa hoja de metal muy fina con la que los artesanos doran o platean sus obras, y, atención, en media docena de países hispanohablantes es un eufemismo con el que se refieren al órgano sexual femenino. Así que hay que cuidarse de las alabanzas al pan de la panadera, no vaya a ser que acabemos haciendo “un pan como unas hostias”, que es una de las muchas expresiones alimentadas con pan. Mostramos indiferencia cuando decimos a alguien que “con su pan se lo coma”; proclamamos amor desinteresado con un “contigo, pan y cebolla”; manifestamos desprecio absoluto cuando “negamos a alguien el pan y la sal”; y exhibimos claridad total cuando llamamos “al pan, pan, y al vino, vino”. Vamos, que tirar de alguna metáfora panadera es, desde hace siglos, “el pan nuestro de cada día”.