Feminismo antiguo, feminismo nuevo

Madrid

Una de las falacias de nuestro tiempo es creer que todo lo que venga de la juventud es necesariamente progresista, como si el paso de los años fuera a traer, por sí mismo, los cambios necesarios para un mundo más justo y democrático. En los países musulmanes los luchadores por los derechos y las libertades que se jugaron la vida en las décadas de los sesenta y setenta bien pueden contarnos cómo la historia puede dar un vuelco a peor.

Muchos de ellos han sido barridos del debate público y la política por nuevas generaciones de fanáticos reaccionarios que desmienten esta asociación entre juventud y progreso del mismo modo que lo desmienten los numerosos votantes de la extrema derecha que acaban de aterrizar en la vida adulta o la violencia machista perpetrada por hombres menores de edad. Pero es un atajo de lo más cómodo desautorizar los argumentos de las mujeres atribuyéndoles un desfase con los tiempos que imperan.

Una reconciliación difícil del feminismo

Lo curioso de este razonamiento es que, de nuevo, se pretende romper con la necesaria solidaridad intergeneracional del feminismo, tan importante para no empezar la lucha de cero en cada nueva hornada de mujeres. La juventud no es en sí misma una virtud y menos cuando se trata de ver el alcance de cambios legislativos importantes. Como en cualquier otro ámbito de conocimiento, confiamos en la lectura de las expertas que dominan la materia y en aquellas a quienes la ventaja de un mayor tiempo vivido dota de un saber que las jóvenes haríamos mal en despreciar.

No sé qué contacto directo tendrá a día de hoy el expresidente Zapatero con el movimiento feminista de base pero somos muchas las que no vemos claros los cambios que se nos están proponiendo. Como mujeres no queremos ser reducidas a nuestras funciones biológicas con inquietantes términos como “progenitoras gestantes” ni que se nos diga que nuestro sexo es irrelevante o que el género que nos oprime es una identidad que tenemos que encarnar y defender.