Cannes 2022 | Cristian Mungiu retrata en 'R.M.N.' el racismo y fascismo de la Europa actual
El director rumano, ganador de la Palma de Oro con '4 meses, 3 semanas, 2 días', regresa al certamen con un retrato estremecedor sobre la inmigración, la precariedad y el auge del apoyo a la extrema derecha
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Cannes (France), 22/05/2022.- Romanian film director Cristian Mungiu attends the photocall for 'R.M.N' during the 75th annual Cannes Film Festival, in Cannes, France, 22 May 2022. (Cine, Francia, Rumanía) EFE/EPA/Clemens Bilan / Clemens Bilan (EFE)
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Cannes
Pocas películas tan rotundas habrá en este Festival de Cannes como R.M.N. de Cristian Mungiu, que elabora un intenso retrato de cómo emerge el racismo y fascismo en la Europa actual. El director rumano parte de un hecho real que ocurrió en una pequeña aldea de su país, en Transilvania, en 2020 para contar la forma en que los miembros de una comunidad se relacionan con los extranjero que llegan. A través de este pequeño pueblo donde viven rumanos, húngaros y alemanes, Mingiu refleja un espejo del mundo actual.
R.M.N. cuenta cómo cambia una aldea perdida en las montañas cuando llegan al pueblo dos trabajadores inmigrandes. El racismo, la xenofobia y el egoísmo acaban con la convivencia de ese pueblo y sacan los prejuicios de clase. En medio de eso seguimos a dos personajes, un trabajador que regresa de Alemania donde ha ido a buscarse la vida, y que se ocupa de un hijo que no habla, mientras trata de volver con su exnovia. La ex novia es una mujer que ha logrado ser independiente, ascender en la empresa y que cree que trayendo a esos trabajadores de Sri Lanka está haciendo el bien a la sociedad.
El nuestro es un mundo asfixiado por la ineficacia de los políticos, que no de la política, inmerso en un sistema que provoca monstruos y que se fagocita a sí mismo. Es imposible salir bien parado de ese microcosmos que plantea el director en el filme, como es imposible salir bien parado en el mundo actual. Por un lado, los habitantes del pueblo son unos catetos egoístas, incapaces de entender que igual que sus hijos salen de Rumanía para trabajar y mandar dinero a casa, también hacen lo mismo los nuevos vecinos. Confunden su religión, su país de procedencia y les da asco que toquen el pan de la panadería. Por otro lado, las dos jefas de la fábrica representan a esa izquierda caviar, que no entiende que sus políticas neoliberales han traído ese individualismo atroz en la clase obrera.
Mungiu es un director preocupado porque la cámara se ponga al servicio de la historia y de un realismo en bruto. Con esa baza ganó la Palma de Oro en 2007 con 4 meses, 3 semanas y 2 días, una de las mejores películas sobre el aborto que se han realizado. La claridad, el ritmo y la precisión de cada toma ayudan a entrar en esa aldea rodeada de bosque en pleno invierno. Su plano secuencia en esa asamblea del pueblo donde se vota si echar o no a los extranjeros pone los pelos de punta. "Sabemos lo complicado que es un plano secuencia, pero este era especialmente complicado, porque había que tener a los actores y a muchos extras y cada uno tenía que hacer su propio papel", explicaba el director a la prensa. "Inventamos una segunda cámara de situación, como si fuera la de un periodista. Eso ayudó mucho".
Todo lo que se dice en esa escena es lo que se podría soltar en un bar, en una cena familiar, en una redacción, en el metro de cualquier país o ciudad europea. R.M.N. no es una película sobre Rumanía o, al menos, no solo es un retrato de un país precarizado que trata de salir adelante en el feroz capitalismo europeo. Es también el retrato de una Francia en la que un partido con un discurso xenófobo estuvo a punto de gobernar el país. Es también el retrato de una España donde la extrema derecha ha ganado el discurso. De ello advertía el director en la rueda de prensa. "No es solo sobre este país, es también importante tomar lecciones para cada uno de los países del mundo".
No hace falta que aparezcan líderes políticos en la película, ni líderes, ni que se hable explícitamente de la extrema derecha. Lo más desesperanzador de R.M.N. es que el discurso de esos partidos es el discurso mayoritario de la clase trabajadora. Un discurso difícil de revertir, porque se contagia rápidamente. Nadie quiere ayudar a esos nuevos vecinos, ni el cura, ni sus compañeros de la panderia. Los años de precariedad, de abandono social, de ayudas europeas mal repartidas, de diáspora y emigración han dejado a la población herida y eso saca los peores valores del ser humano. No es posible ser humanista, sino hay trabajo. "El miedo es algo muy importante para mí. Todas las noticias sobre cómo este mundo está yéndose al carajo, porque todo empieza a ser global, ansiedad, rabia. Ahí lo más complicado es decidir qué haces tú, cómo educas a la siguiente generación".
La elección del lugar es curiosa, vuelve a Transilvania donde ambientó su anterior película, Los exámenes, en la que hablaba del sistema educativo vendido totalmente al mercado. "Transilvania es uno de esos lugares de los que la gente no sabe nada, más allá de los vampiros. Pero además es uno de los lugares donde mayor mezcla de gente se produce", explicaba el director que rodó el filme en enero, en pleno invierno, con niño, animales y con la amenaza del Covid planeando sobre el equipo de rodaje.
Con un imagen final críptica, la película termina poniendo al espectador un espejo de lo que puede pasar en su propio pueblo. "No me gustaría hablar mucho de esa escena, pero sí creo que tiene que ver con esa lucha que tenemos todos en el interior, entre lo humano y lo animal", explicaba el director sobre el final del filme. No es el único elemento metafórico. La presencia de la religión y la figura de Jesús es también otro de los elementos con los que juega Mungiu, como el color o los decorados. Está la fiesta del pueblo en plena Navidad, que habla del significado de la tradición como algo que mantenemos en el tiempo y que canaliza los impulsos violentos de la sociedad. La violencia en R.M.N. es verbal, simbólica, pero todos esos discursos del odio acaban convirtiéndose en violencia real.