¿Cómo era la vida de las obreras en las fábricas de Bizkaia en el siglo XX?
La historiadora del arte y filósofa Isabel Mellén nos descubre en un capítulo más de 'Bizkaia a través de la historia' la vida en las fábricas del Valle del Cadagua y en los poblados mineros de La Arboleda
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¿Cómo era la vida de las mujeres en las fábricas de Bizkaia en el siglo XX?
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El ángel del hogar frente a la mujer obrera
Bilbao
Son muchos los estereotipos femeninos que afectan a las mujeres según su clase social y también ante la eminente industrialización de Bizkaia. En este Primero de Mayo hemos querido mirar al siglo pasado para confirmar el difícil debut de ellas en un mundo de hombres que necesitaba su mano de obra e inteligencia. Isabel Mellén lo tiene claro, "las mujeres burguesas, acomodadas o medias se regían normalmente por el estereotipo del ángel del hogar, que consideraba que debían dedicarse en exclusiva a ser madres y a las tareas domésticas, mientras que los hombres debían trabajar para ganar el sustento económico para toda la familia". Esta realidad únicamente obedecía a este grupo social determinado, puesto que los hombres de esta clase podían ganar un salario que mantuviese a todo el grupo familiar. Sin embargo, y a pesar de que el movimiento obrero de inicios del siglo XX en Bizkaia aspiraba a este ideal, jamás lograron un aumento de los salarios suficiente para lograr mantener a sus, a veces, extensas familias. Por ello, las mujeres de las clases bajas debían trabajar y no casaban fácilmente con ese modelo idealizado del ángel del hogar.
Las condiciones de las trabajadoras industriales de Bizkaia en el siglo XX
Con la industrialización, a pesar de los empeños ilustrados por mantener a las mujeres dentro del hogar, las de menos recursos se vieron en la obligación de trabajar como obreras para mantener a sus familias, a cambio de un salario ínfimo y siempre menor que el de los hombres, además de soportar unas jornadas laborales larguísimas de más de doce horas. Debido a que suponían una mano de obra muy barata para puestos de baja cualificación, fueron utilizadas de manera masiva en las fábricas vizcaínas. Por ejemplo, en las fábricas del Valle de Cadagua, muy enfocadas a la producción de papel y sus derivados, en algunas fábricas suponían en torno al 80 o 90% de la plantilla, como en la de Lacabex Hermanos, aunque normalmente ocupaban entre el 40 y el 50%. A pesar de ser un número considerable de trabajadoras, de participar en las huelgas apoyando las luchas obreras y de trabajar en los mismos puestos que los varones, les estaban vetados normalmente los cargos de oficialas y de encargadas y no alcanzaban los puestos de poder en los sindicatos. Hubo excepciones, por supuesto, de algunas mujeres que lograron ser promovidas a encargadas, pero no era lo más habitual. En este capítulo, la historiadora del arte nos relata también la vida de otras mujeres en Bizkaia. "Me fijo en las mujeres y su dura existencia en los poblados mineros, como el de la Arboleda, en el Valle de Trápaga". Por todos es sabido que las condiciones de hacinamiento, escasez de medios y exceso de trabajo fueron utilizadas como un medio desde el que cuestionar la moralidad de la clase obrera en su conjunto.
La consideración de las mujeres obreras por parte de los hombres de clases medias
La mayor parte de las opiniones que nos han llegado sobre las mujeres trabajadoras vienen de los hombres de las clases acomodadas que, en general, tenían una muy mala consideración de las clases más bajas. "Había un ambiente de aporofobia en la clase media que trataba a toda costa de diferenciarse de las clases obreras mediante unos modelos de masculinidad y feminidad distintos", apunta Isabel. Por ello, como norma general, se les consideraba poco virtuosos y respetables por el hecho de tener que trabajar en las fábricas. La clase media utilizó la asociación entre consumo de alcohol y masculinidad obrera como un elemento estigmatizador de las clases trabajadoras. El imaginario de clase media queda bien reflejado en el trabajo de campo realizado por el francés Jaques Valdour a inicios del siglo XX sobre la vida obrera española. Para ello, desempeñó diferentes trabajos y oficios, entre ellos, contratarse como obrero en las minas de La Arboleda durante el mes de julio en el verano de 1913. El resultado de su investigación fue un texto en el que se hace evidente el relato subjetivo y testimonial. Digno representante de la clase media conservadora y ferviente católico, Valdour pretendió a través de sus estudios denunciar la influencia dañina del socialismo entre la clase trabajadora y defender la doctrina social de la Iglesia desde posiciones ultracatólicas.
Así, resultó bastante habitual en la época, asociar las miserias que atenazaban la vida de los obreros a su naturaleza viciosa e ignorante. Esa postura de clase convirtió el consumo de alcohol entre los trabajadores, tanto en un elemento desencadenante de la “miseria moral” que rodeaba la vida de los obreros, como en un símbolo diferenciador de la “pureza” de la clase media y de la “indignidad” de la clase trabajadora.
El modelo de feminidad de la “madre consciente” dentro de la clase obrera
Durante la década de los años veinte y, sobre todo, en los años treinta, las jóvenes de las clases trabajadoras, que habían convivido de cerca con la figura de la mujer fuerte, comenzaron a alejarse de ese modelo femenino en algunos aspectos fundamentales. Se puede percibir en esta nueva generación de mujeres su renuncia, en lo que se refiere al número de hijos/as, a la vida de sus madres. La aparición de contradicciones en torno al hecho de tener muchos hijos/as y al grado de atención que se les prestaba, nos pone sobre la pista de los cambios culturales que se estaban produciendo en la concepción de la familia obrera, en las relaciones conyugales y en el modelo de maternidad.
Efectivamente, durante los años veinte y treinta se produjeron cambios significativos en la concepción de la maternidad. Así, la preocupación de los reformadores sociales, que a principios de siglo se había situado en la reducción de las altas tasas de mortalidad infantil, pasó a ser las condiciones en que se ejercía la maternidad. La mejor madre dejó de ser aquélla que concebía el mayor número de criaturas y su lugar lo ocupó la madre consciente, es decir, la que ponía en relación el número de hijos/as con las posibilidades familiares de criarlos con garantías. Esta nueva concepción de la maternidad, que hacía prevalecer criterios de calidad en el ejercicio del cuidado materno sobre la cantidad de hijos/as, constituyó el auténtico leitmotiv para que una nueva generación de mujeres jóvenes de las clases trabajadoras, se propusiera la limitación de su capacidad reproductiva.
¿Cuándo se produce un cambio de mentalidad?
El cambio de mentalidad que supuso desear formar familias más pequeñas se relacionó con el abandono de la idea de supervivencia colectiva que había prevalecido anteriormente. Si antes los hijos/as habían constituido una pieza fundamental para la subsistencia, ahora se trató de que los hijos/ as quedaran eximidos, en lo posible, del trabajo y de las cargas familiares. Evitar el sufrimiento a los hijos y garantizar su bienestar constituyó un objetivo anhelado por una nueva generación de madres. El ejercicio consciente de la maternidad y el control de la reproducción fueron requisitos indispensables para alcanzar tales cambios.
Respecto al establecimiento de esas condiciones ideales para la procreación, la reivindicación socialista más destacada giró en torno a la creación de un hogar obrero dotado de una vivienda digna en la que ni la mujer ni los hijos tuvieran que trabajar fuera de casa. Así, el padre debía destinar su tiempo y su energía a la familia, no sólo trabajando para ella y siendo su principal sostenedor, sino también preocupándose por la creación de una auténtica atmósfera familiar a partir de su dedicación a la mujer y a los hijos. El núcleo de la masculinidad de estos nuevos padres conscientes lo constituiría el trabajo. La materialización de este proyecto exigiría, en definitiva, la conquista del salario familiar. De esta manera, se continuó dando la espalda a la domesticidad de clase media y la mujer de clase obrera continuó afirmándose, tanto en su capacidad para la realización de cualquier trabajo, incluidos los duros, como en su fortaleza y salud físicas.
El modelo de madre consciente supuso para las mujeres de las clases trabajadoras una vida destinada a la conciliación permanente de los dos mundos, el del trabajo y el doméstico. A veces esta conciliación se conseguía llevando el trabajo al hogar y realizando labores a destajo e informales en él y, otras veces, cuando la mujer se empleaba fuera del hogar, se hacía imprescindible la colaboración y el apoyo de otras mujeres. Por ello, las redes de ayuda al cuidado de los hijos/as, normalmente formadas por otras mujeres de la familia o por las vecinas, no decayeron, sino que continuaron siendo indispensables en la perspectiva, esta vez, de mantener la calidad de los cuidados hacia los hijos/as y no sentirlos abandonados, a pesar del trabajo.