Fútbol

La increíble vida de 'Bala Roja', el otro 'Pichichi' del Athletic

Miembro de la primera delantera histórica del Athletic, estuvo en los dos bandos en la Guerra Civil, se entregó al fútbol en contra de toda su familia y el alcohol y las juergas terminaron por hundir su carrera

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Bilbao

Guillermo Gorostiza Paredes nació en Santurtzi el 15 de febrero de 1909. Criado en una familia adinerada, sobresalió como jugador de fútbol desde muy pequeño. Fue un pésimo estudiante y se convirtió en futbolista a espaldas y en contra de los deseos de sus padres. Se convirtió en el primer gran ídolo de la afición del Athletic. Alcanzó fama mundial, fue internacional, pichichi, ganador de múltiples títulos y de cantidades ingentes de dinero que derrochó en juergas y excesos hasta que murió solo y arruinado. Esta es la historia de 'Bala Roja'.

'Lorito' huía de los libros

El padre de Gorostiza era un médico notable de la Bizkaia de inicios del siglo XX. Llegó incluso a ser presidente del Colegio Vizcaíno, con lo que en su hogar no faltaron ni el dinero ni los juguetes ni los sirvientes desde que Guillermo nació. Pero a él nunca le interesó la escuela. De ahí su primer apodo, 'Lorito', en relación a su carácter charlatán y disperso.

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Prefería el fútbol, que había llegado procedente de Inglaterra unos años atrás, dando lugar, entre otros, al Athletic Club en 1898. Gorostiza comenzó a jugar en el Chávarri de Sestao y en el Zugazarte a espaldas de su familia. En Getxo fue donde comenzó a jugar en la posición que le encumbraría años más tarde, la de extremo izquierdo.

La Naval, Argentina y Ferrol

Su padre, incapaz de hacerle remontar en los estudios, decidió enviarle como pinche a la Naval de Santurtzi. Pero Guillermo, lejos de dejar el deporte, fichó por el Arenas recién cumplidos los 19 años. La siguiente decisión paterna le envió mucho más lejos: a Argentina, junto a su hermano. Pero el segundo plan tampoco funcionó.

Regresó a España y se fue a vivir a Ferrol. Allí le llevó la obligación de cumplir con el servicio militar. Un destino que Guillermo aprovechó para seguir practicando su deporte favorito. Ingresó en el Racing de Ferrol, equipo con el que fue campeón de Galicia en una temporada donde no perdieron un solo partido. También ganaron al Alavés en Copa y, aunque en la siguiente ronda cayeron eliminados ante el Athletic, Gorostiza comenzó a llamar la atención del club bilbaíno.

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Athletic y Arenas se pelearon por él

En 1929 llegó su fichaje por el Athletic. Buena parte de la culpa la tuvo Ramón Lafuente, jugador rojiblanco y compañero de internado de Guillermo cuando ambos eran unos niños. No fue una operación sencilla, ya que provocó el enfrentamiento entre el Athletic y el Arenas, que reclamaba los derechos legales sobre el jugador. Al final, un amistoso y 20.000 pesetas pusieron fin al conflicto.

Comenzó Guillermo a jugar en el Athletic en la temporada 1929-1930: participó en los 18 partidos de Liga y marcó 20 goles. Fue el primer trofeo 'pichichi' para el santurtziarra. La temporada siguiente ganaría el segundo. El público de San Mamés había descubierto a su primer gran ídolo, un extremo veloz, que recorría la banda sin descanso.

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Pupilo de Mr. Pentland

Uno de los principales responsables de su explosión fue Mr. Pentland, quien, consciente de la enorme habilidad que tenía Guillermo, ordenó a Chirri II, el organizador del centro del campo rojiblanco, no pasarle nunca el balón al pie, sino unos metros por delante. Sin embargo, donde nada pudo hacer es en su vida más allá de los campos de fútbol.

Comenzó a encadenar juergas y borracheras hasta llegar, según se cuenta en varios libros dedicados a su figura, a ser habitual verle llegar a los partidos sin pasar tan siquiera por casa. Entrenadores y directivos del club, preocupados por la deriva de Gorostiza, decidieron emparejarle en viajes y habitaciones de hotel con Isaac Oceja, el más austero y recto de sus compañeros.

Ni él fue capaz de desviar a Guillermo del camino de la perdición. Tampoco las multas ni las sanciones sirvieron para nada. De débil personalidad, muchos coetáneos le definían como alguien simple, infantil, aparentemente feliz, de personalidad endeble y tendente a la inseguridad propia.

Lander Otaola lleva al teatro la figura de &#039;Pichichi&#039;

Lander Otaola lleva al teatro la figura de 'Pichichi'

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Desertor de la II República

El estallido de la guerra, que paralizó el fútbol entre 1936 y 1939, le pilló en Bizkaia, que, en primer término, estaba en territorio republicano. En 1937, Gorostiza se enroló en la selección de Euzkadi, que el gobierno vasco había creado para recaudar fondos por Europa para los refugiados vascos y para servir como elemento de propaganda al ejecutivo vasco y las ideas republicanas.

Junto a Gorostiza estaban grandes futbolistas vascos de la época como Luis Regueiro, Isidro Lángara o sus compañeros en el Athletic José Iraragorri y Gregorio Blasco. El grupo tuvo éxito en su gira europea, pero todo cambió tras la caída de Bilbao en manos franquistas. Entonces Gorostiza desertó del equipo y, sin decir nada a sus compañeros, regresó a España para combatir del lado de los sublevados.

Mientras el equipo Euzkadi se embarcaba hacia América, Gorostiza fue recibido con los brazos abiertos por el bando franquista de la guerra. Con ellos combatió, uniéndose al requeté carlista y defendiendo a quienes, a la postre, ganarían la contienda. Tras la Guerra Civil regresó a la banda izquierda de San Mamés.

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Destino Valencia

Pero su estancia en Bilbao estaba tocando a su fin. Su indisciplina y su edad -había cumplido ya los 30 años-, sumadas a una suculenta oferta procedente del Valencia hicieron al presidente del Athletic optar por vender a Gorostiza. 120.000 pesetas ingresó el club por su traspaso. Una cifra enorme para le época. Sirva como referencia que en su primer contrato con el Athletic, unos años antes, su ficha era de 18.000 pesetas por tres temporadas.

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Una vez en el Valencia, Gorostiza continuó con sus grandes registros goleadores -21 en la temporada 1941-42-, pero también con sus malos hábitos fuera del campo. De él contó el histórico presidente ché Luis Casanova que "una vez, después de ganar en Sevilla, se fue de juerga y apareció el domingo siguiente donde teníamos que jugar. Apareció por la caseta un empleado del campo y le dijo a Luis Colina: Oiga, ahí fuera hay un hombre con aspecto de pordiosero, empeñado en convencerme de ser Gorostiza. Yo, claro, no le he dejado pasar. Salió Colina como una flecha, metió al futbolista en los vestuarios, y este, arrodillado, pidió perdón. Había que verle, llorando como un mocoso y solicitando ser alineado".

Hizo un gran partido, reconoció también Casanova. "Después, un juzgado de Sevilla nos reclamó 120.000 pesetas por daños causados en no sé dónde, un sastre otras 20.000… En fin, era único", zanjó el presidente.

El derrumbe futbolístico

En Valencia regaló sus últimos años de buen fútbol. En 1946, con 37 años, la directiva decidió no renovarle. Cuatro goles había marcado en su último curso. Un registro muy lejos de los que marcó en sus buenos tiempos. Allí le rindieron un homenaje en forma de partido y el presidente le regaló una pitillera de plata con la siguiente inscripción: "A Guillermo Gorostiza, el mejor extremo izquierdo del mundo en todos los tiempos. Suyo afectísimo, Luis Casanova".

Su siguiente destino fue Oviedo y en 1948 convenció al presidente del Logroñés para que le fichara. El equipo militaba en ese momento en Tercera División y, puesto a hacer el desembolso que suponía Guillermo, le contrataron como jugador-entrenador. El fracaso fue evidente desde el comienzo.

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Murió en la miseria

En su vuelta a Bilbao se convirtió en un fijo de bares y hoteles en busca de antiguos conocidos que pudieran financiar sus hábitos. Hundido, apareció en el documental de Summers 'Juguetes Rotos' pidiendo un trabajo que le permitiera vivir con dignidad.

En agosto de 1966 murió en el sanatorio de Santa Marina, en Artxanda. No mucho antes había escrito una carta al Valencia pidiendo ayuda económica ante su pésima situación. Y la recibió. Entre las escasas pertenencias que conservó hasta su último día estaba la pitillera que Casanova le había regalado al despedirse de la ciudad.

 
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