La cultura política comunista
La firma de Manuel Ortiz Heras, Catedrático de Historia Contemporánea
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/ Cadena SER
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Albacete
La Historia contemporánea de España no se puede entender sin la participación del PCE que cumple este mes cien años desde su fundación, prácticamente la mitad sometido por la represión y la clandestinidad. Esta afirmación se basa en el bagaje investigador y la lectura de decenas de libros que le han dedicado un sinfín de páginas. Por cierto, acaba de aparecer Un siglo de comunismo en España (Akal), dirigido por Francisco Erice, profesor en la Universidad de Oviedo, que se complementa a la perfección con otra publicación reciente, editada por Pasado&Presente, Un rojo torbellino. Historias del comunismo español, de Fernando Hernández Sánchez.
Firma de opinión | La cultura política comunista
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Desde su creación en 1921 aquel pequeño partido con vocación revolucionaria, acababa de triunfar en la URSS la revolución bolchevique, ha jugado un papel referencial como impulsor de reformas y azote de tiranías, pero también como instrumento de estabilidad, algo menos reconocido. La cultura política que defiende tocó fondo entre 1989 y 1991 con la caída del estado soviético. El fracaso de aquella experiencia dio paso a la teoría del fin de la Historia que llevó al ostracismo a quienes comulgaban con su programa. Sin embargo, aquellas ideas ni han desaparecido ni admiten una enmienda a la totalidad. Los problemas globales del capitalismo y de los sistemas demoliberales mantienen viva la expectativa de una alternativa.
En España los resultados electorales cosechados por el Partido Comunista, desde la transición, condujeron a una crisis que arrinconó a la formación hasta vivir proyectos y refundaciones como han sido Izquierda Unida y más recientemente Podemos. Paradójicamente, la formación disfruta ahora de más poder que nunca.
Fue pieza fundamental para el sostenimiento de la II República acosada por el golpe de Estado de 1936 y la Guerra Civil. Sus dirigentes y militantes pagaron un elevado precio en vidas y represión por parte de los franquistas, pero eso no impidió que mantuvieran viva la llama de la resistencia y la oposición durante la dictadura, cuando conoció los tiempos más oscuros, no exentos de grandes errores y conflictos internos. Vivieron también muchos aciertos y una épica que agrupó a lo mejor del país, fuera y dentro de sus fronteras y levantó una tupida red que resistió a las ejecuciones, la cárcel y el exilio. El PCE se apartó de Moscú para abrirse al eurocomunismo en una jugada que nunca le será bien ponderada. Pero en el proceso el PCE se desangró, siendo sorpasado su compromiso histórico por el PSOE. En los años sesenta, alrededor de Comisiones Obreras, protagonizó un cambio social y un movimentismo que serían claves para facilitar la recuperación de las libertades durante la Transición. Entonces, Washington, el rey y los reformistas se pronunciaban por reducir la influencia comunista al mínimo manteniendo al partido en la ilegalidad. También obstaculizaron cualquier proyecto de central sindical unitaria bajo hegemonía comunista. La prioridad era aglutinar en una gran coalición a las fuerzas de centroderecha. La legalización se convirtió en una obsesión y Carrillo, en una demostración más de concordia, apostó por un acuerdo de obreros y fuerzas capitalistas; manifestó su disposición a aceptar una monarquía constitucional y parlamentaria, no sin antes admitir que las concepciones leninistas ya no le servían y dolorosas renuncias doctrinales que a otros no se les exigían -la bandera, los pactos de la Moncloa o la moderación en las formas-. Han sido una pieza clave en la construcción activa de la democracia, dentro y fuera de las instituciones. En el "No a la guerra" de Irak, por ejemplo, fueron el eje vertebrador de la protesta.
Es preciso juzgar sin tópicos y prejuicios, con objetividad y espíritu crítico la contribución de esta corriente político-ideológica a nuestra trayectoria como colectividad sin ignorar sus contradicciones y sus sombras.