En la ratonera del Bar Glorieta de València
La historia olvidada de María, la cerillera víctima de la riada que asoló la capital valenciana en 1957
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En la ratonera del Bar Glorieta de València
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Valencia
María vendía tabaco en el Bar Glorieta, en el chaflán de la calle General Tovar con la elegante vía que se mira en el espejo de Santa Catalina. María vivía sola y los Rausell, los dueños del bar, le habían dejado un cuartito para guardar sus cosas y dormir. Le hacían un favor y, de paso, tenían de noche vigilancia en el establecimiento.
Cuando el Turia se salió y bajó por la plaza de Tetuán, cuando inundó los solares de la Ciudadela y llegó hasta la embocadura de la calle de la Paz en la noche del 13 al 14 de octubre, María se dio cuenta de que se había quedado encerrada en una trampa mortal. Porque ni podía huir por las calles inundadas ni tenía un piso alto donde refugiarse. Optó por subirse al mostrador del establecimiento y pedir socorro, una y otra vez, cuando notó que el agua le mojaba los pies también en las alturas.
El horror se adueñó de ella cuando unas patitas mojadas le salpicaron el pecho y la cara: como ella misma hacía, un ratón buscaba ciegamente, en la oscuridad, el camino de huida de la inundación. Gritó y gritó, desesperada por el horror y el asco. Y sus gritos encontraron oídos atentos: en el piso de arriba, en el edificio de General Tovar, 2, esquina con Alfonso el Magnánimo, al propietario, José Garrigós, le había parecido oír unos lamentos y se había acordado de repente de la mujer que dormía en el bar.
Pegaron la oreja al suelo, detectaron la zona donde la mujer aporreaba furiosamente el techo con una escoba, y comenzaron a golpear las baldosas con grandes mazos. Eran los bomberos, avisados por Garrigós tan oportunamente. Hicieron un boquete y la mujer, desde el bar inundado, pudo subir al primer piso y salvarse entre abrazos y sollozos.
- "Lo cuento como me lo han contado. Y me aseguraron que en menos de ocho días, de la terrible impresión, a la pobre María se le puso el cabello completamente blanco".
Vicente Almero Espert, el portero de Alfonso el Magnánimo, 3, atesora los mejores datos de la riada de 1957 de una zona donde los establecimientos y sus empleados ya han cambiado de actividad. El señor Garrigós murió, según relata. Y también falleció María, no hace muchos años. Los Rausell ya no regentan este Bar Glorieta donde la actividad, en la primavera de 1997, se desarrolla frenética a la hora del desayuno. Completamente ajena a una placa de cerámica situada a medio metro del techo que reza "Altura de la riada. 14 octubre 1957".
Muy cerca, en el patio de Alfonso el Magnánimo, 1, sombrío y lúgubremente decorado, el portero dice en 1997 que le han dicho que alguna vez hubo allí una placa, que quizá la quitaron los pintores, que marcaba la gran altura del agua. Detrás, la calle del Mar, el "Pouet de SantVicent", el edificio de la Caja de Ahorros, entonces oficina principal de la institución financiera. Al lado, en la casa señorial que da a la Glorieta, convertida hoy en la sede de la fundación Bancaixa, se ahogó la familia de los porteros. Uno de los lugares supuestamente más notables y más seguros de la ciudad, se vestía de luto: Vicente Martínez, Dolores Martínez y Antonio Buendía Martínez, padre, hija y nieto, perdían la vida sin salir de su casa. En sus camas del sótano.
Lola Albert confirma punto por punto la versión de la historia de María y el Bar Glorieta que relata Vicente Almero. En el barrio se contó durante años con todos los detalles terribles que la configuran. Lola vivía muy cerca, en la plaza de Tetuán número 24, en un edificio que ya no existe y que hacía esquina con Pouet de SantVicent.
- "A María la conocía de vista, desde hacía muchos años, aunque no hablé nunca con ella. Pero en el barrio todos la habíamos visto alguna vez en su trabajo, limpiando en el bar. Yo misma, cuando iba a la Audiencia a trabajar, la veía con frecuencia".
Trabajaba en la sala de lo contencioso administrativo y en la noche del 13 de octubre vio bajar el agua del Turia, como si se tratara de un torrente, desde el Puente del Real. El nombre ancestral de la plaza de Tetuán, la Rambla de Predicadors, quedó plenamente justificado una vez más, como siempre que había habido grandes riadas. En realidad, los dominicos se habían instalado en la Edad Media en una isla situada entre el curso principal del río y un brazo secundario que continuaba luego por Navarro Reverter.
-"Vino muchísima agua y era tremendo porque en aquella parte de la plaza de Tetuán, en Pouet de San Vicent y en la entrada a la calle de Conde de Montornés, estaba, como le ocurría a la Glorieta, bastante más hondo. Allí se embalsó el agua y nos dejó aislados tres días sin poder salir de casa".
Casada con José Luis Falomir, un empresario propietario de una fábrica de juguetes, Lola Albert tenía seis hijos, los dos últimos gemelos. Y como todos los vecinos del edificio estaba asomada al balcón, viendo crecer y crecer la inundación en un paisaje que abarcaba desde Capitanía al palacio de Cervellón incluyendo la casa de los Moróder, que hoy es la sede de la Fundación Bancaja:
- "Todos los vecinos nos alarmamos mucho; había mucha preocupación al ver las aguas bajar desde la orilla del Turia. Y de repente mi marido se acordó de algo fundamental: las porteras. '¿Se habrán enterado en la portería o estarán durmiendo?'. Bajó mi marido, junto con otro vecino. Llamaron y llamaron. Y como no había respuesta y el agua ya estaba entrando a la carrera, optaron por romper la puerta de una patada. La portería era de aquellas antiguas: estaba honda, más baja que la calle, y ellas dormían hacia dentro, lejos de la entrada. No se habían enterado de nada y las despertaron alarmadas. Mi marido, sobre sus espaldas, salvó a la señora mayor, que vivía junto con dos chicas más jóvenes".
Fue asombroso que ninguna de las tres se enteraran de la inundación. Entre otras razones, porque en la portería había un pozo antiquísimo por el que había comenzado la inundación: como se pudo comprobar, el agua desbordaba por el brocal cuando los salvadores entraron en la planta baja.
-" Mi marido y nuestro vecino las salvaron a las tres; se instalaron en los pisos, en casa, y allí estuvieron hasta que todo pasó. Ya le digo: tres días estuvimos aislados por las aguas, esperando que bajara el nivel y se pudiera abrir camino en el barro. Porque en la plaza de Tetuán fue tremendo. Yo, allí estuve, con mis chicos: me preocupaban sobre todo los dos pequeños, los gemelos, que habían nacido en mayo de aquél año. Pero afortunadamente tenía almacenado bastante Pelargón, que era lo que les dábamos de alimento entonces; tenía un cajón lleno y los gemelos fueron los que mejor lo pasaron de todos".
La presencia de Capitanía General, donde el agua se había llevado flotando las dos garitas de madera, contribuyó a dar mayor agilidad a la limpieza de una plaza tan señalada como la de Tetuán. Un vecino del número 24, José del Pozo, representante de productos de alimentación, tenía la alacena bien surtida: los muestrarios fueron consumidos concienzudamente entre todos, a lo largo de tres días. Cuando Lola Albert volvió a salir a la calle, la terrible historia de los tres ahogados en la portería de General Tovar, frente a la Glorieta, circulaba con tristeza por el barrio. Cuando la funcionaria llegó a la Audiencia se encontró un paisaje desolador:
Aquello era un desastre terrible. Los juzgados, todas las oficinas, el Registro Civil, los libros y documentos, se había perdido. Fue un desastre, un enorme desastre.
** Texto de Francisco Pérez Puche, cronista oficial de la ciudad de València. Periodista y escritor.