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Diario de una adolescente en tiempos de covid: "EBAU"

La joven ribereña María González López repasa en su espacio poético la llegada de este momento clave en la vida de los estudiantes que aspiran a llegar a la Universidad

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Aranda de Duero

Diría que empiezo por el final, pero mentiría estampado mis sensaciones contra la realidad, como un atentado involuntario firmado por la última prueba de valor.

Es cierto, Segundo de Bachillerato término hace apenas dos semanas, que han pasado como dos estrellas fugaces sobre el reloj, sin sostener ningún deseo en sus horas y resquebrajando una paz de marca blanca.

No obstante, en la piel y la cabeza de muchos todavía continúan iluminando las sombras de la preocupación los efectos secundarios del miedo. Apilándose entre ellos el vértigo por la altura de una nota de corte que se derrama sobre los pensamientos más pesimistas de muchos, los empaches de información masticando como carroña el cráneo de los apurados y los nervios haciendo del cerebro de otros tantos un borratajo de estándares.

Todo por un puñado de folios escupidos de preguntas que no responden las verdaderas dudas de nadie. Una combinación de exámenes de precio tan caro que se cobran la trayectoria de un joven calificado de forma diferente según su lugar de nacimiento. Mareas de tinta revuelta en trípticos doblados de esfuerzo medido con varas irregulares que apalean la vocación y enaltecen la memorización insultando al verbo aprender, en un país que no se pone de acuerdo en guiar en mitad de la oscuridad a las pocas mentes brillantes que la derribarían.

Atravesar un curso que puebla sus días con la palabra EBAU, o prueba de acceso a la Universidad, señala la punta del iceberg de un sistema educativo que amenaza ruina, que más que hundir a barcos viejos, entierra a las generaciones acostumbradas a un mundo empaquetado al vacío que tardará en explotar, más por costumbre que por inercia, como la bomba que es más reloj que dinamita.

Marca el tiempo que durará sobre nuestros ojos ilusionados el porvenir que nos vendieron, la felicidad de alquiler antes de ser harapos que no abrigan ante el frío de la realidad con letra pequeña. La siembra del fruto del trabajo sobre el alquitrán de una ciudad kilométricamente podrida de tranquilidad echando a perder la cosecha de los estudios o ver cómo las perspectivas de la vida que se ofrecía al alcance de nuestras manos terminaron por acariciarnos a base de golpes.

Todos conocemos las sucesivas constituciones del siglo XIX en España sin margen de error, los phrasal verbs de carrerilla o la biografía de Juan Ramón Jiménez con sus obras y etapas consiguientes, pero ninguno sabe cómo domesticar sus emociones al borde de la caída, desenredar un problema que ha hecho laberinto en su rutina o manejar simple burocracia cotidiana evitando ser nómadas en la sociedad.

El sistema nos entrenó para correr por el camino de la vida queriendo atrapar en masa un futuro que parpadea en el horizonte, como un señuelo en una caza donde somos la presa de las fauces voraces del mercado, apostar por nosotros es considerado ludopatía y creemos que nos comeremos el mundo sin percatarnos de que moriremos de hambre.

Este es el fallo, prepararse para la Universidad de cualquier capital regional o provincial antes que para la de la vida, confiar plenamente en un conjunto de fotocopias que no evaluando la inteligencia determinan con unos números un mañana cercano, y competir por ser los primeros en lugar de pasear sin tropezar con las piedras del sendero.

 
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