"Sabemos que no son nuestros hijos, abrazamos para después soltar"

Palma

"Sabemos los que entramos en un programa de acogida que no son nuestros hijos. Abrazamos para después dejar volar", así describe su experiencia como familia canguro, Virginia, que ha realizado diez acogimientos. Recuerda la primera vez que se enfrentó a una acogida. Un niño de 4 años que fue "su gran maestro".  "Vienen tan dañados que el cariño les calma el dolor que sienten", dice emocionada. Cariño, atención, cuidados y, en definitiva, una vida estructurada es lo que encuentran esos niños en sus familias de acogida. Ese primer acogimiento finalizó un año y medio después cuando el niño pudo encontrarse con su nueva familia adoptiva. 

El objetivo fundamental de la acogida es servir de puente para regresar con la familia biológica. Un retorno que no siempre es posible y, en este caso, la oportunidad llegó en forma de familia adoptiva. Una nueva familia que por el bienestar del niño, por evitar confundir sus referentes, decidió no mantener el contacto con su madre de acogida. Pero cuenta que "la historia tuvo un final feliz y el niño encontró a su familia, encontró a dos papis y ese es mi mayor orgullo".

Meses después la volvieron a contactar desde el IMAS para acoger a un niña que es "la niña de sus ojos" y con la que construyó "un vínculo que le costó superar". Virginia pasó a ser su "única referencia materna", lo que dificultó mucho más su separación. "La imagen de su madre no estaba presente y nos costó mucho a las dos la despedida, para finalmente reencontrarse con su padre biológico". Servir de puente para que esos niños tengan una segunda oportunidad dice que es "el mayor aprendizaje de su vida". 

Las familias de acogida, como el resto de familias, son diversas. Compartimos la experiencia también con Mónica que junto a su hijo, en acogida permanente desde los seis años, forma una familia monoparental. 

Su contacto con el voluntariado le hizo buscar propuestas para colaborar con familias de la propia comunidad autónoma. Entró en contacto con los técnicos del programa de formación de familias de acogida del IMAS y, definitivamente, encontró su lugar junto a un niño que entonces tenía seis años y que este año termina secundaria. Quiso vivir la experiencia de ser madre de acogida de forma temporal pero nunca imaginó que se convertiría en una acogida permanente en la que terminaría formando parte de una gran familia que sumó a ambas, la biológica y la acogedora. 

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 Otro ejemplo lo encontramos en Pilar. Tiene en acogida a la hija de una prima de su marido. Las drogas, varias denuncias por malos tratos alejaron a la niña de sus padres biológicos, que asumieron con agradecimiento que alguien de la propia familia se hiciera cargo de la menor. Los primos eran los padrinos de la niña y hoy son sus padres de acogida. Los padres biológicos siguen en contacto con la menor pero la niña está con su nueva familia de forma permanente con quién se ha criado  desde su nacimiento. Hoy tiene ocho años. Pilar siente que es madre, por "derecho" y por "amor", de esa niña aunque reconoce que "ser madre no estaba en sus planes".

Virginia, Mónica y Pilar. Tres mujeres que han construido su familia ayudando a otra. La mayoría de las familias de acogida sirven de puente para que los menores regresen con sus progenitores. Madres y padres de acogida que superan la separación al ver que su ayuda ha servido para retornar la normalidad a esos niños y muy conscientes de que "abrazan para después soltar".