Satisfáganse

Córdoba

Existe una relación muy interesante entre libertad y opcionalidad. Se entiende que, si no hay opcionalidad, la libertad no puede desarrollarse, de ahí que consideremos, e incluso que sintamos que, a más opcionalidad, mayor libertad. Puede que ese sea el motivo por el que hemos desarrollado una sociedad de opciones infinitas, hasta el extremo de que, en muchos casos, nos paralizamos a la hora de elegir.

La paradoja no es pequeña, parece como si el exceso de opcionalidad provocase aquello que los existencialistas apuntaban como la angustia de la libertad. Esta angustia aparece, entre otros factores, porque estamos dejando que una parte importante de nuestra identidad recaiga sobre la figura del Consumidor. Pero no sobre cualquier consumidor, sino la de un consumidor orgulloso de su criterio, y que presume de saber elegir. El psicólogo Barry Schwartz los denomina maximizadores. Personas que se presionan para hacer la mejor elección posible.

Esta auto-exigencia es un desiderátum angustioso, entre otras cosas, porque siempre habrá una novedad superior, una opción que se nos escapa, un cuñado que lo hará mejor que nosotros…. Frente a esa vasta multiplicidad se nos olvida priorizar la necesidad. Frente a ese cansino esfuerzo en torno a la mejor elección, existe la alternativa de jerarquizar las necesidades y buscar algo lo bastante bueno como para saciarlas. Ante el eterno inconformista del maximizador, igual sería conveniente abrazar la figura del satisfactor, al que sus elecciones le bastan porque cubren suficientemente bien sus necesidades.

Pero por avatares del sistema, la suficiencia se presenta bajo el sesgo de mediocridad, y al que se conforma se le adjetiva como fracasado. Allá cada cual, yo, por si acaso intentaré auto-satisfacerme en la medida de mis necesidades.