Regreso a Vega
Un año después del estallido de la pandemia, en Vega del Castillo se lleva un ritmo de vida sin alteraciones, aunque algo más animado y con nuevos pobladores
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Zamora
Hace un año estábamos en confinamiento (cuando no podíamos poner casi un pie en la calle y aplaudíamos a los sanitarios ¿recuerdan?) y durante aquellos días aprovechamos para recorrer algunos de los rincones más alejados o más despoblados de la provincia.
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Después de un año de pandemia he decidido regresar a alguno de esos lugares para saber cómo han pasado este año de pandemia… Uno de esos lugares recónditos y despoblados de la provincia, de esos donde parece que nace la naturaleza y la soledad se asemeja a lo idílico, es Vega del Castillo.
Allí, hace un año, en pleno confinamiento, había 7 personas. Este año, al menos este fin de semana pasado, había 10. Y ahí sigue Enrique, que tras el confinamiento aprovechó para irse a Vitoria y acogerse a la prejubilación en Telefónica. Este miércoles, cumple 62 años. Se prejubiló y regresó a Vega del Castillo “porque esto tiene muy mala pinta”, dice.
El año pasado estaba con su primo, Feliciano. Pero Feliciano ha quedado atrapado en Valencia: se fue a ver a la familia por Navidad y allí sigue, esperando que se levanten los cierres perimetrales, aunque Enrique no tiene claro que algunas restricciones sean efectivas, pero desde luego no echan de menos los bares. En Vega del Castillo no hay bares, pero sí casi media docena de fuentes de agua pura, certifica.
Era sábado y frente al silencio que encontramos hace un año, un silencio de naturaleza, de rumor de agua y hojas, en Vega del Castillo se escuchaba música de gaita, aires de folklore… Son algunos de los que han vuelto al pueblo en cuanto tuvieron ocasión y se quedaron.
Unos familiares que decidieron no regresar a Madrid, aclara Enrique, que también cuenta que los más mayores del pueblo, personas octogenarias, han decidido que no quieren ponerse la vacuna del virus.
Pero en Vega del Castillo también hay nuevos pobladores: unas personas que dejaron la cálida Fuerteventura, en Canarias, para vivir entre las empinadas paredes de la Cabrera Alta, después de comprar una casita que vieron por internet.
Enrique cuenta que en este año de pandemia ha echado de menos a la familia y también algo de la vida urbana en Vitoria: las comidas o cenas con los amigos en su sociedad gastronómica.
Reclama algo más de luz en el Pueblo, que se corta a determinada hora por la noche y hay que andar con linternas si surge alguna urgencia. En el pueblo hay 4 coches y el centro de salud de Mombuey está a 30 minutos. Y la Guardia civil, tras las visitas más frecuentes durante el confinamiento, ahora va lo habitual por Vega del Castillo. Hace 3 semanas, la última vez, recuerda Enrique.
Hace un año, por cierto, Enrique y su primo Feliciano se quejaban de no poder preparar su huerto. El confinamiento lo impedía, así que para cuando pudieron, la cosa ya era tardía… los tomates maduraron para el final de septiembre y la helada legó el 12 de octubre.
Y, como hace un año, Enrique remarca las dificultades de comunicación que tienen, tanto de internet como de telefonía móvil. Pero él tiene buen internet: vía satélite con 30 megas “reales” de bajada, apostilla. Pero eso sale caro y reconoce que no todos se lo pueden permitir.
El sonido de gaita sigue llenando el aire de Vega del Castillo y Enrique me acompaña hasta el lugar en el que está Eladio. Un octogenario al que encontramos exactamente igual que hace un año: a la puerta de su casa tallando un trozo de madera de cerezo bravío. Es su vida y mientras sigue dale que te pego con el hacha, para hacer una paleta, nos dice que poco ha cambiado en este año, salvo que ha hecho cuencos de madera. Es su novedad.
Pero esos nuevos objetos no han tenido mucha salida en este año de pandemia. El acudía a ferias y romerías de la zona a vender periódicamente sus creaciones de madera, pero eso ha cambiado en este año y apenas vende en casa.
Eladio cuenta que la vida le sigue yendo más o menos igual y revela que él no se vacuna. Alega que tiene otros problemas de salud y renuncia a ello. Y, en última instancia, concluye que como su mujer no se la pone, él tampoco.
El pueblo está animado con el sonido de la música y Eladio aprovecha para agradecer el apoyo que Enrique (Kike lo llama) presta a sus convecinos. “Siempre atento a todo”, resalta Eladio, que sigue a lo suyo, sin nada más que añadir.
Y ahí queda Eladio con su hacha y su madera y me despido de Enrique, mientras en Vega del Castillo el sonido de gaita acompaña la vuelta por el mismo camino por el que llegue, porque por Vega del Castillo no se pasa: o se llega o se marcha… Y seguramente pasará mucho tiempo antes de que tenga la ocurrencia de volver por ahí, aunque el lugar merezca la pena. Y mucho.