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El guisante machista bajo el colchón

Presentar continuamente a la mujer como una víctima del machismo imperante dificulta buscar soluciones reales a los problemas de desigualdad más graves y sirve de excusa a otros intereses espurios es la opinión que desarrolla hoy Elena Lastra

Aranda de Duero

Estoy empezando a cansarme de sentirme una víctima continuamente por el hecho de ser mujer. De tener que estar con la sospecha puesta en cada broma, crítica o elogio que me dirigen fundamentalmente los hombres para desmenuzar si su intención es correcta o está impulsada por un sesgo machista. Porque me da la impresión de que en ese esfuerzo se me escapa una energía que se requiere para otras batallas en las que sí es sangrante la desigualdad entre hombres y mujeres. Porque, para ponerme la venda antes de la herida, voy a renegar de cualquier negacionismo que ponga en duda la desigualdad abismal que todavía existe por razón de género: afirmo que hay una brecha salarial que margina al colectivo femenino, que tenemos un techo de cristal que impide a más mujeres que a hombres alcanzar el mismo nivel de éxito profesional, que todavía hay un reparto desigual de las tareas domésticas y de cuidados, esas que no están remuneradas. Y así un largo etcétera. Y aunque también percibo la existencia de micromachismos que son un síntoma de que esas desigualdad se sustentan en una arraigada forma de ver el mundo, me niego a ponerle a cualquier anécdota o suceso la etiqueta de agravio machista. Fundamentalmente porque si todo es machismo, nada lo es. Si abusamos o no somos precisas en detectar o denunciar los ataques, perdemos una credibilidad que ya es bastante frágil y tanto nos cuesta ganar.

La última polémica entorno al machismo en la política nos ha llegado con un titular de parte: fue una nota de prensa del partido socialista la que afirmaba que, en una comisión de Diputación Provincial, el diputado popular Ángel Guerra mandó a la cocina a la diputada Carmen Miravalles. Dicho así no nos cupo ninguna duda de que era un machismo de libro. Mandar a la cocina a una representante política es devolverla al lugar oculto en el que han estado recluidas las mujeres durante siglos. Sin embargo les voy a leer el testimonio de una persona, otra diputada provincial, que estuvo presente y que cuenta así lo sucedido en sus redes sociales: “Al presidente de la comisión, Ángel Guerra no le gustaba la duración de las preguntas de una diputada del PSOE, le dice que abrevie, dicha diputada le recrimina su actitud. Contestación del diputado popular: “Mire señora, yo estoy aquí en la Diputación, y usted luego se pasará a la cocina, que la tiene al lado”. Cuando se le llama la atención por ese comentario machista contesta "que no le vengan con esas tonterías".

Pues después de conocer esta versión yo me cuestiono realmente si el comentario es machista. Para empezar no es verdad que nadie mandara a la cocina a la señora Miravalles. Más bien el comentrio del diputado popular manifestaba su incomodidad porque ella estuviera cómodamente en su casa mientras él estaba en la sede de la propia institución. Como debe ser, en ambos casos, dicho sea de paso. Pero por más que le doy vueltas no veo la intención de mandar a la cocina ni a la señora Miravalles ni a ninguna otra mujer.

Más me preocupan los malos modos de un representante público con una compañera o las prisas en terminar cuanto antes una sesión de trabajo sin querer escuchar a sus compañeros, o la ineficacia de sesiones que se alargan absurdamente, si ese era el caso, que no lo sé, aunque no me extrañaría, dados algunos antecedentes. Pero ¿machismo? Francamente, no lo veo por ninguna parte. Me pongo en el caso de que fuera un hombre con el que estuviera debatendo Ángel Guerra y no me resulta extraño que le diera la misma contestación. “Yo estoy aquí en la Diputación y cuando acabe esto usted, don Pepito, puede irse tranquilamente a la cocina que la tiene al lado” ¿Tan raro es?

Y mientras tanto, insisto, las mujeres seguimos obligadas a asumir mayores cargas que los hombres en el ámbito privado, con mayores obstáculos en el público y con un miedo mayor a ser agredidas e incluso encontrar la muerte a manos de un ser querido. ¿Y si estamos errando en nuestros plantemientos y por eso nos cuesta tanto avanzar en lo fundamental?

Dejo para otra reflexión la repugnancia que me provoca que los partidos aprovechen cualquier atisbo populista de rentabilizar un agravio, (me da igual que sea para poner hipócritamente el grito en el cielo o para igualde hipócritamente pedir perdón en nombre de otro) aunque este aprovechamiento de los partidos de cualquier cuestión que tenga que ver con la lucha de las mujeres tiene mucho que ver con la distorsión de la realidad que nos impide avanzar en la resolución de algunos problemas.

Lo que hoy quería manifestar es la impopular opinión de que las mujeres no somos tan débiles ni tan princesas como para que nos moleste un guisante bajo una decena de colchones. Sobre todo si el guisante es imaginario. De hecho yo me preguntaría a quién le interesa y quién está alimentando que haya guisantes imaginarios bajo nuestros colchones

Elena Lastra

Elena Lastra

Redactora jefe de la Cadena SER en Aranda y presentadora de 'Hoy por Hoy Aranda'

 
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