Los gritos del silencio
La picaresca en el fútbol pasa por los gritos en medio de un estadio vacío
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Fotograma de El Padrino III / YOUTUBE
![Fotograma de El Padrino III](https://cadenaser.com/resizer/v2/3RY2PYFFJVJE5H3J2J3B4NOKI4.jpg?auth=b8fb6974220599d7a1e9b65096ff46a4e86a5cfec8748462c58a7ad06e7c0ac0)
Vigo
El cine nos ha dejado grandes gritos con los que nos hemos familiarizado, reído, llorado, asustado o apenado. Desde los gritos de los descuidados bañistas de Tiburón, al doloroso y elevado grito de último aliento de William Wallace en plena tortura de su injusta condena a muerte. También el grito de Marion Crane (Janet Leigh) bañándose en el Motel Bates y Norman Bates, disfrazado de la madre, le enseña lo afilado que estaba su cuchillo hasta probarlo en las propias carnes de la secretaria Crane. Por no hablar del grito entre desesperación e incredulidad de Fay Wray cuando cae en las redes de King Kong. Tarzán también fue un precursor de emplear el grito para llamar la atención de humanos y animales.
Pero pocos gritos son comparables con el memorable de Al Pacino en El Padrino III. En las bellas escaleras del Teatro de Palermo se rodó la escena en la que Michael Corleone ve como su hija fallece en sus manos al recibir varios disparos de escopeta que tenían como objetivo a él. Primero Michael Corleone entra en shock, coge en brazos a su hija, balancea su cuerpo con la mirada perdida, la boca abierta, la mirada perdida y sin poder articular palabra; acto seguido comienza un grito mudo, seco, duro, un grito que se oye a través de la mirada de Pacino, de su gestualidad mientras la escena adopta una especie de recreación de La Pietá. Ese grito sordo acaba convirtiéndose en un grito desgarrador, profundo, desde las entrañas de un padre al que le han arrebatado lo que más quiere. Además de ir acompañado del añadido de la culpabilidad porque esas balas tenían otro objetivo diferente. Ese grito de Corleone enmudece al resto de los personajes, de los muchísimos actores y figurantes que se encuentran en la citada escalinata palermitana. Todo gira en torno a Pacino. Todo se reduce a él y al grito. Y eso es lo que está pasando, por desgracia, en este fútbol pandémico en la Liga Española pero con sonido. Como el grito agudo de Kay, la mujer de Corleone que interpreta magistralmente Diane Keaton. Grito intenso, duro, de dolor porque has perdido a tu hija y ves a tu marido en un shock irrecuperable. Lo has perdido todo en un segundo.
El futbolista evoluciona, es pícaro, le sabe tomar la matrícula al VAR y a la nueva forma de arbitrar en un estadio sin público; Un estadio vacío tiene eco, tiene sonoridad. Y esa es el arma que más y mejor están utilizando los pícaros del fútbol. Ese grito ensordecedor, “alpacínico” que retumba en el hormigón y en el cemento del estadio y realiza un efecto caja que impacta en los pabellones auditivos de los árbitros. Aunque el balón esté rodando en una secuencia de jugada que ya se produce ajena a la zona del grito, toda la atención vuelve a centrarse en ese lugar en donde el futbolista realiza un Michael Corleone; el grito va acompañado de una escena en la que, con gran intensidad, agitación y agresividad en los movimientos “croquetiles” en el verde, se retuerce de dolor ese jugador; una escenografía que incluso podría evocarnos a otro de los gritos más impactantes de la historia del cine como los de El Exorcista. El Padre Karras intenta sacar el diablo del cuerpo de una joven que grita, expulsa bilis, vomita e insulta en un perfecto latin. No es en todas las jugadas, ni mucho menos, pero el fútbol se está convirtiendo en algo que pasó de la interpretación de jugadas a la interpretación en jugadas. El grito como hábito para intentar tener un “challenge” en cada una de esas jugadas. A ver si el árbitro la revisa y pita penalti, a ver si la revisan y es expulsión. El grito no es interpretable, lo que si es interpretable es la causalidad del mismo. Edvard Munch lo explicó muy bien a través del silencio en su cuadro: su vida atormentada, su padre severo, madre muerta, hermanas enfermas, trastornos bilpolares, alcohol, depresión y armas de fuego eran argumentos suficientes para justificar aquel grito que impacta verlo a través de sus pinceladas. Otros sin justificación lo están llevando al extremo en reiteradas ocasiones en cada partido. Sin ser Camboya, son los gritos del silencio.